Si bien a William A. Wellman se le recuerda más por sus aportaciones bélicas en Alas o También somos seres humanos, al western en Incidente en Ox-Bow, Cielo amarillo o Caravana de mujeres y al género de aventuras en producciones como La llamada de la selva o Beau Geste, también realizó comedias tan destacadas como La reina de Nueva York (Nothing Sacred), en la que la falsedad se convierte en principio y fin de sus intenciones narrativas, dejando en un plano secundario la lucha de sexos característica de la screwball comedy de la época o el romance entre la pareja protagonista, compuesta por una mujer a quien se le dictamina una enfermedad en fase terminal y el periodista que intenta sacar tajada de la desafortunada situación de la joven, a quien inicialmente conoce por un breve artículo en el que se expone su caso de envenenamiento por radio. Walter Cook (Fredric March) se presenta al espectador como un periodista que no tiene el menor reparo en engañar al director (Walter Connolly) del diario para el que trabaja o a los lectores del mismo, como tampoco duda de su capacidad de inventiva para ofrecer un gran reportaje sensacionalista sobre el envenenamiento de Hazel Flagg (Carole Lombard). Este hecho, unido a su necesidad de aplacar la ira de su jefe tras su último engaño, provoca que se presente en el despacho de este y le hable de las múltiples posibilidades que tendría una serie de artículos sobre el caso Flagg; de tal manera que, convencido de su éxito, se traslada a la pequeña localidad de Vermont donde reside la desahuciada y el doctor borrachín (Charles Winninger) que ha dictaminado el mal que la aqueja, y que parece haber asimilado desde una perspectiva de resignación optimista, pues gracias a su próximo fin puede romper con su rutina y abandonar por primera vez el pueblo que la vio nacer. Sin embargo el médico descubre que se ha equivocado con los resultados de los análisis y, la certeza de que su paciente se encuentra en perfecto estado, provoca la desilusión en Hazel cuando escucha la buena nueva, de ahí que comente lo curioso que le resulta haber nacido dos veces y que ambas ocasiones se produjesen en la misma localidad, lo que delata la apatía y el rechazo que le produce su cotidianidad. Tratando de escapar de dicha rutina aprovecha la oportunidad que le ofrece el reportero, que nada sabe acerca de la feliz novedad, pues Cook solo piensa en aprovecharse de ella llevándola a Nueva York para crear la imagen lastimera que venda periódicos, y para conseguirlo le promete que si lo acompaña a la gran manzana disfrutará de sus últimos días con todos los gastos pagados por el medio de comunicación al que representa. Ante tal oportunidad, ella asume guardar silencio y valerse del engaño para poder visitar la ciudad de los rascacielos; sin embargo, en Nueva York, Hazel no es más que una gota en un océano de mentiras y falsas apariencias, habitado por individuos condicionados por la fama que ha alcanzado por el mero hecho de que su supuesta realidad acapare las portadas de los diarios, cuando días atrás nadie conocía su nombre y a nadie le preocupaba su estado de salud. Entre tanta mentira, falsedades, intereses e idea de muerte, la pareja protagonista se enamora, no en vano también es una comedia romántica, o al menos así fue vendida en su momento, sin embargo, La reina de Nueva York es una feroz sátira social sustentada sobre el humor negro con el que se critica la doble imagen de la sociedad, aquella que se muestra de cara a la galería y la que se oculta detrás de las falsas apariencias, y que esconden el cinismo y la hipocresía de los estamentos sociales que la ensalza hasta el punto de afirmar que se trata de una de las grandes heroínas de la Historia (en un momento de elevada carga satírica al nombrar a Hazel Flagg, Pocahontas, Lady Godiva y Catalina de Rusia como las mujeres más importantes de todos los tiempos) y posteriormente, cuando Hazel decide poner fin al engaño, la convencen para que continúe con la farsa, pues ¿cómo iban a quedar ellos después de haberla encumbrado?
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