La década de 1970 fue la época dorada del cine de catástrofes, películas que solían contar con un reparto de lujo y un planteamiento similar, en el cual había cabida para héroes a la fuerza y listillos de turno que se empeñaban en dificultar la ya de por sí complicada situación en la que se veían envueltos. Algunos de estos films tomaron de fenómenos naturales su excusa para existir, otros optaron por negligencias humanas, pero en todos ellos se muestra el afán de superación ante una situación que se escapa al control, de donde brota la heroicidad y el instinto de supervivencia. Algunos de los éxitos más sonados tuvieron en común el ser producidas por Irwin Allen (La aventura de Poseidón, El emjambre o El día del fin del mundo), que además de producir El coloso en llamas (The Towering Inferno), una de las películas más ambiciosas y representativas del subgénero, se encargó de dirigir las secuencias adicionales. En lugar de un héroe que destaca por encima del resto de los mortales, víctimas de la catástrofe, en el film de John Guillermin se descubre a dos; uno de ellos obligado a serlo porque se siente responsable como consecuencia de su implicación involuntaria en el incendio, y otro por el mero hecho de ser bombero. El primero de ellos es Doug Roberts (Paul Newman), el arquitecto que ha diseñado la torre de cristal y quien descubre, el día de la fiesta de presentación del edificio, que alguien no ha seguido sus especificaciones al respecto del sistema eléctrico, hecho que pasa factura cuando se produce el cortocircuito en el pequeño cuarto del piso 81. No obstante parece que todo está bajo control, aún así Doug advierte a Duncan (William Holden), constructor y propietario de la torre, del peligro real de sobrecargar el sistema, sin que ello parezca afectar la decisión de un hombre que antepone otros intereses a la seguridad de sus invitados. De ese modo se crea el marco dramático, que permite comprender que alguien ha primado lo económico a las normas de seguridad exigidas por el arquitecto, sin embargo, dicha información carece de entidad, al igual que ocurre con algún que otro detalle que esboza las personalidades de los personajes o las relaciones personales que se muestran antes de que se produzca la tragedia; un ejemplo claro de esto sería Susan (Faye Dunaway), personaje que parece no encontrar un lugar en la historia, salvo para servir de comparsa emocional de Doug. Y es ahí, en la parte íntima, donde más flojea la narración de este tipo de películas de catástrofes, pues siempre se tiene la impresión de que se fuerzan relaciones y emociones con el fin de servir de complemento a una acción que en el caso de El coloso en llamas sí funciona, sobre todo a partir de la aparición del jefe de bomberos (Steve McQueen), el otro héroe de la función, que se hace cargo de un incendio que empieza a propagarse por un edificio que nadie hubiese creído que podría arder y convertirse en una trampa mortal.
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