Durante
su exilio en Estados Unidos Jean
Renoir no
consiguió adaptarse plenamente a un sistema de producción
condicionado por las exigencias de los estudios, sin embargo, en
Memorias de una
doncella (Diary of a Chambermaid, 1946) pudo
dirigir con mayor libertad al tratarse de una producción
independiente impulsada por el matrimonio formado por aquel entonces
por la actriz Paulette
Goddard y
el actor Burguess
Meredith,
quien también se encargó de adaptar la novela de Octave
Mirbeau en
la que se inspira el film, además de ejercer como co-productor y
reservarse el papel del capitán Mauger, uno de los hombres que bebe
los vientos por la doncella a la que hace referencia el título y que
sería interpretado por su esposa. Durante los últimos dos años
Célestine (Paulette
Goddard)
ha cambiado de casa constantemente, en cada hogar donde ha servido la
han manipulado y ninguneado, cuestión que no está dispuesta a
tolerar en la mansión de los Lantaire, controlada por la señora
Lantaire (Judith
Anderson),
posesiva, dominante y anclada en viejas costumbres clasistas.
Memorias de una
doncella plantea
el drama como si se tratase de una farsa negra que se desarrolla
dentro de un entorno inquietante y perverso, habitado por seres cuyos
comportamientos llaman la atención de una joven camarera que decide
utilizar su hermosura para lograr su ascenso social. A pesar de su
ambición, Célestine se muestra sincera, aunque dispuesta a
coquetear con el dueño de la mansión (Reginald
Owen),
servil y sumiso ante el fuerte carácter de su esposa, y
posteriormente con el capitán Mauger, el vecino desequilibrado e
infantil, pero siempre rechaza las atenciones de Joseph (Francis
Lederer),
más por la perversidad que mana de su figura que por su condición
de mayordomo. La aparición de Georges Lantaire (Hurd
Hatfield),
enfermo en cuerpo y alma, provoca el enamoramiento de Célestine, a
pesar de que esta se había prometido no amar hasta alcanzar la
posición de privilegio que anhela; no obstante, sucumbe ante ese
joven atormentado por la idea de la muerte que la rechaza, convencido
de que su enfermedad es incurable y de que su madre utiliza a la
doncella para tenerle controlado. Casi veinte años después de este
film, en 1963, Luis
Buñuel realizaría
una nueva adaptación de la novela de Mirbeau,
titulada Diario de
una camarera,
pero ofreciendo un enfoque muy distinto al expuesto por Renoir.
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