sábado, 8 de diciembre de 2012

La momia (1932)


En la década de 1930 en los estudios Universal se apostó por producciones de terror que, con el tiempo, se han convertido en clásicos indiscutibles del género. Películas como Drácula (Tod Browning, 1931), El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), que tendrían sus secuelas, o La momia (The Mummy), un film que como mínimo iguala en calidad a las citadas, que presentan nexos comunes más allá de su clasificación genérica, similitudes que se aprecian en sus cortas duraciones, apenas superan los setenta minutos, en el romanticismo que impregna a sus imágenes y a sus personajes, en las atmósferas sombrías o en la influencia expresionista recibida de cineastas centroeuropeos asentados en Hollywood como Paul Leni, Friedrich W.Murnau o Karl Freund. Este último, responsable de La momia y director de fotografía del Drácula de Browning, fue uno de los nombres clave en el desarrollo del expresionismo alemán y por ende del cine en general al innovar en el uso de la cámara en obras maestras como El último (Friedrich W.Murnau, 1924) o Metrópolis (Fritz Lang, 1926) en las que ejerció labores de director de fotografía, profesión que también desempeñó en Hollywood. Freund dotó a La momia de un ambiente dominado por la penumbra y sombras donde resurge un ser que despierta miles de años después de ser embalsamado, y lo hace convencido de su inmortalidad y de su necesidad de recuperar a la mujer por quien fue enterrado en vida. Imhotep (Boris Karloff) revive tras la apertura de un sarcófago en cuyo exterior se advierte del peligro que se desatará en caso de ser abierto, sin embargo la curiosidad supera al miedo y posibilita el despertar del protagonista de una historia que se traslada a 1932, once años después de que sir Whemple (Arthur Byron) descubriese la tumba de un villano que no deja de ser la víctima de la imposibilidad de ver cumplido sus sueños y sus sentimientos. Frank Whemple (David Manners), el hijo del arqueólogo, se encuentra en ese instante en Egipto, donde continúa con la tradición familiar mientras Imhotep prosigue la búsqueda de su amada, objetivo que alcanza cuando se hace pasar por un tal Ardath Bey y utiliza a Frank para que este desentierre el sarcófago donde descansan los restos de la princesa Ankhesenamon. El antiguo sacerdote egipcio no cesa en su lento, desgarrador y silencioso caminar hacia el amor que piensa materializar cuando su amada alcance la inmortalidad que le proporcionará el reencarnarse en un cuerpo joven, hermoso y vivo como el de Helen Grosvenor (Zita Johan), a quien Inhotep hace partícipe de su dolor y de sus esperanzas futuras, aquellas que en el presente se encuentran condenadas al fracaso como ya lo estuvieron en aquel pasado lejano que lo apartó de lo único que tenía significado para él. 

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