El mundo empresarial de La torre de los ambiciosos (Executive Suite) se descubre como un entorno dominado por la ambición y por la necesidad de aumentar, a toda costa, el beneficio de la empresa, en detrimento de la calidad del producto o de la situación del empleado. Robert Wise inició el film con la muerte del presidente de una compañía de muebles, detonante que desatará la lucha por el poder vacante una vez se confirme el fallecimiento. Sin embargo, el deceso tarda en ser comunicado, ya que se produjo de forma repentina en una de las calles de la ciudad, sin que ninguno de los empleados tenga noticia del mismo, salvo Caswell (Louis Calhern), el consejero que observa desde la ventana como alguien que le recuerda al gran jefe se desploma sobre la acera. La primera reacción de este ejecutivo denota perplejidad, pero inmediatamente recupera el control sobre sí mismo y da órdenes para vender sus acciones, con la intención de recomprarlas a bajo precio cuando se conozca la noticia. Su comportamiento muestra codicia y deshumanización, aspectos que rigen en un mundo donde, por encima de todo, priman los dividendos. Un comportamiento similar, pero de distinto pensamiento, se descubre en el vicepresidente Shaw (Fredric March), frío y calculador, cuya meta reside en alcanzar mayores rendimientos para contentar a los accionistas (y a sí mismo), reduciendo al máximo la calidad de los productos (abaratando costes en materias primas y en equipo humano). Shaw actúa como una máquina a quien sólo le interesan los números, incapaz de pensar en otros aspectos de la empresa, obsesionado con la idea de aumentar el beneficio a toda costa, porque está convencido de que esa es la única preocupación de un buen presidente, aunque para ello deba pasar por alto cuestiones éticas. La confirmación de la muerte del presidente produce un vacío de poder que desvela la verdadera naturaleza de los altos cargos, condicionados por sus ambiciones o por sus personalidades, siendo Shaw el primero en dar un paso hacia la cima, iniciando la captación de los cuatro votos del consejo que le concederían el ansiado trono de la torre. Sin embargo, Alderson (Walter Pidgeon), veterano e intimo del finado, está convencido de que Shaw no debe asumir el control de la empresa, consciente de que su política acabaría con el trabajo de muchos años, y con la idea que pretendía el fallecido; pero también sabe que él no es el hombre adecuado para asumir el puesto de director, por eso ofrece su apoyo a MacDonald Walling (William Holden), el ejecutivo más joven, quien rechaza la propuesta convencido de que tampoco está hecho para el cargo. No obstante, cuando Walling observa a sus trabajadores, habla con ellos y comprende sus preocupaciones, cambia su decisión inicial y asume su lucha por un proyecto que permitiría un crecimiento basado en el trato personal y en la mejora de la calidad de los productos. La torre de los ambiciosos (Executive suite) destaca por su precisión a la hora de abordar desde un punto de vista crítico el mundo de las grandes empresas, donde llegar a lo más alto se convierte en el motor de ejecutivos como Shaw, cuya mezquindad le impide ver más allá de una ambición que no tiene en cuenta los aspectos humanos, indispensables para el buen funcionamiento de una empresa que se encuentra a la deriva.
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