¿A quiénes se refiere el título español con eso de sus locos seguidores? ¿Al público? ¿A las monturas de los caballeros, que siempre viajan detrás de los nobles artúricos? Aunque exista o no respuesta, por mucho que se mire en la pantalla, no se observa a ningún seguidor del rey Arturo (Graham Chapman) ni de sus caballeros de la mesa cuadrada, a no ser que se refiera a los agentes de policía del siglo XX que, de cuando en cuando, asoman por la leyenda de Arturo y sus elegidos; pero, entonces, ¿no sería mejor decir “perseguidores” que “seguidores”? Por otra parte, los artúricos no son seguidores. No son ellos quienes se lanzan tras el monarca, sino que han sido escogidos, uno a uno, entre la flor y nata de una Inglaterra medieval donde proliferan las protestas sociales contra el sistema de gobierno impuesto por la dama del lago. Tiranías y puntillismo aparte, las leyendas artúricas son fuente de inspiración para narraciones y películas, pero ninguna ha aportado una visión tan absurda de las andanzas del señor de Camelot, quien por algún motivo no quiere regresar a su castillo. Además de cómico sinsentido, Los caballeros de la mesa cuadrada y... (Monty Python and the Holy Grail, 1975) es la primera comedia en la que los Monty Python argumentan y unifican su absurdo alrededor de un personaje. En apariencia, abandonan el formato en sketches que se observa en su debut fílmico, Se armó la gorda (And Now for Something Completely Different, 1971), o en su exitosa serie de televisión Monty Python's Flying Circus. Así, pues, dispuestos a la aventura cómica y cinematográfica, el grupo se adentra en un absurdo medievo de magia, brujería y luchas para ofrecer su peculiar visión de los hechos que demuestran que la famosa mesa donde se reunían los caballeros artúricos no era redonda, sino cuadrada. Pero mejor será empezar por aquella mañana de niebla en la que se escucha el sonido de los cascos de un caballo en la lejanía. Se acerca, pero todavía no se ve, aunque pronto cobra cuerpo y se descubre que el rey Arturo no cabalga sobre su montura. Esta le sigue de cerca. No se trata de un caballo, sino de un siervo que entrechoca las dos mitades de un coco vacío. El sonido imita el de los cascos de un equino y, a decir verdad, Arturo muestra gran dignidad cabalgando sobre sus piernas. Incluso cuando tira de las riendas y se detiene frente al castillo. Allí mismo, el buen rey informa de su intención: reclutar a los caballeros más valientes del reino. Digno, en todo momento, comprende su majestad y se muestra orgulloso de su aura regia.
La creación de la mesa cuadrada no es inmediata, antes el monarca debe recorrer parte del reino y observar el panorama que le rodea, además de demostrar sus cualidades de guerrero al enfrentarse al temible caballero negro. Pero Arturo consigue su propósito cuando recluta a sir Bedevere (Terry Jones) y posteriormente al resto de sus seguidores (éstos si que le siguen), que tienen su propia aventura individual; de ese modo se puede observar a sir Robin (Eric Idle) dando esquinazo a un caballero de tres cabezas, al tiempo que soporta al juglar que canta sus heroicidades en vivo y en directo; o a sir Galahad el casto (Michael Palin), que sobrevive dentro de un castillo repleto de mujeres complacientes y algo viciosillas, hasta que, a punto de enfrentarse gustosamente con el peligro, se presenta sir Lancelot el bravo (John Cleese) y le rescata en contra de su voluntad. Como en las demás apariciones cinematográficas de Monty Python, cada uno de los componentes interpretó a varios personajes, también se encargaron de escribir el guion, y dos de ellos, Terry Gilliam y Terry Jones, fueron los responsables de su dirección, dando como resultado una comedia de humor absurdo en la que la búsqueda del Grial no es más que la excusa para desatar la locura irreverente de este inolvidable sexteto de humoristas.
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