Directores como Francesco Rosi emplean sus películas para algo más que entretener al público. Cuentan historias que acercan realidades circundantes (del presente o del pasado que se refleja en el hoy) y las utilizan para acercar a la ciudadanía aspectos y circunstancias veladas de su entorno, sea más o menos próximo, fuera o dentro de sus fronteras nacionales. Este último caso sería el escogido por Rosi en Manos sobre la ciudad (Le mani sulla città, 1963), ejemplo de cine denuncia social que permite al espectador cuestionar su actualidad, porque la corrupción, el afán de lucro o las malas gestiones no son exclusivas del pasado ni de un lugar concreto. Para analizar aspectos oscuros de la política local, el cineasta escoge Nápoles como lugar geográfico reconocible y expone la corrupción, la especulación y el tráfico de influencias, que son tan frecuentes como las broncas que se producen en los plenos diarios que se celebran en la cámara municipal donde se reúnen, independientemente de sus afiliaciones, políticos que en algunos casos no representan a nadie más que a sus propios intereses. Manos en la ciudad se inicia con planos de edificios, cuestión que, unida al título, apuntan hacia la mala gestión urbanística y la especulación inmobiliaria con la que se enriquecen individuos como Nottola (Rod Steiger), concejal del ayuntamiento y miembro del partido que gobierna la ciudad, y que proporciona las licencias urbanísticas que le benefician en bolsillo, sin pensar en los perjuicios a terceros. La negligencia y la ambición de Nottola son las causantes del derrumbe del inmueble colindante al que sus trabajadores derriban, provocando la muerte de varias personas y la pérdida de las extremidades inferiores de un niño. Nottola y el partido no asumen las responsabilidades del suceso, incluso pretenden pasarlo por alto, cuestión que obliga al representante De Vita (Carlo Fermariello) a exigir en el pleno una investigación oficial, postura que provoca los abucheos del grupo mayoritario y los aplausos de los suyos; aunque finalmente, el gobierno municipal acepta formar una comisión, porque, a falta un mes para las elecciones, sería una mala estrategia política permitir que la opinión pública cuestionase su honradez o su valía. Francesco Rosi profundizó en el asunto desde una perspectiva realista, y aunque los personajes no sean reales sí son reconocibles al representar imágenes y situaciones que se producen con mayor frecuencia de la deseada, como sería el afán de Nottola por continuar enriqueciéndose a costa de los intereses generales, adquiriendo los terrenos que el ayuntamiento recalifica como ruinosos, con la única intención de desahuciar a los vecinos de los inmuebles sin importarles en qué condición les deja el desalojo, porque lo único que importa es el beneficio personal que De Vita denuncia, aunque sin suerte, puesto que la comisión designada para investigación no es imparcial (controlada por Nottola), lo cual invita a pensar en la de ocasiones que este caso se ha producido en la vida real. Ante la insistencia de De Vita, Nottola se justifica asegurando de que cuanto hace lo hace porque es lo correcto, aduciendo que los edificios que tira son chabolas que sustituirá por buenas construcciones, pero se olvida decir que las personas expropiadas no tendrán la posibilidad de vivir en ellas, evidentemente porque no pueden pagarlas nuevas. Además de un estudio minucioso de la corrupción municipal, que busca el lucro mediante la construcción de viviendas, también se muestra una cara oculta de la política: intereses, maquinaciones, mentiras e ilegalidades, así como la necesidad de ocultar los trapos sucios que podrían acarrear la pérdida masiva de votos en vistas de las elecciones (Nottola utiliza su hijo como chivo expiatorio).
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