20.000 leguas de viaje submarino (1954)
Las novelas de Julio Verne han sido (y son) fuente de inspiración para muchos films encuadrados dentro del género de aventuras (Miguel Strogoff, Cinco semanas en globo o La vuelta al mundo en ochenta días) y de la ciencia-ficción (Viaje al centro de la Tierra o, sin ir más lejos, uno de los grandes éxitos de Georges Méliès, considerada como la primera película del género, Viaje a la Luna que tomó como referencia la novela De la Tierra a la Luna, que al igual que 20.000 leguas de viaje submarino, y otras muchas obras del autor, tendrían más de una adaptación cinematográfica). La aventura del Nautilus, nave capitaneada por Nemo (James Mason), se inicia en tierra firme, donde se escucha a una multitud hablando y gritando sobre la existencia de un monstruo marino que asola las aguas del gran azul; Ned Land (Kirk Douglas), experto arponero, no cree en las tonterías que oye, aún así decide enrolarse en el buque que zarpa en busca de esa bestia, real o imaginaria, pero lo hace por dinero, no como el profesor Aronnax (Paul Lukas) y su fiel ayudante Conseil (Peter Lorre), quienes lo hacen por curiosidad científica. Desde el principio se observa que el profesor y el arponero son dos individuos contrarios, ya que el primero resulta ser un intelectual que se decanta por los descubrimientos que ayudarían a la evolución científica, mientras que el segundo prefiere cuestiones más prácticas, como la diversión o el dinero. Esa diferencia aumenta cuando el buque en el que viajan se hunde y alcanzan el supuesto monstruo marino, que para sorpresa del profesor resulta ser un prodigio de la ciencia. Aronnax es consciente de que se encuentra sobre un adelanto de la ciencia impensable para la época, una nave que puede sumergirse y navegar bajo las aguas; la idea de estar sobre un avance tecnológico le impulsa a curiosear, ya que como hombre de ciencia no puede resistir la tentación de hallar explicaciones para aquello que observa; todo lo contrario a Ned, que sólo muestra interés por sobrevivir. La estancia en la nave permite a los invitados (prisioneros) un viaje único por un mundo sin explorar, que colma las expectativas del doctor y aumenta la inestabilidad de Ned Land, quien, consciente de su falta de libertad, nunca abandona la idea de huir, a ser posible con los bolsillos repletos de las joyas que Nemo guarda en un armario sin cerradura (muestra del escaso interés del capitán por los tesoros acumulados durante años). La versión de Richard Fleischer, su primera película lejos de la serie B en la que se había formado como cineasta, pasa por ser una de las mejores adaptaciones de una de las novelas del escritor francés, quizá porque desarrolla la aventura que presenta el libro, alejándose del minucioso y aburrido estudio submarino realizado por Julio Verne, confiriendo mayor importancia al humor (siempre a cargo de Land y Conseil), a la relación de mutua admiración que se produce entre el doctor y el capitán (aunque siempre existe algo que les separa), y a la tensión entre éste y Ned Land, cuyo apellido anuncia su rechazo al medio marino en el que se encuentra atrapado. Nemo es un hombre que le ha dado la espalda al mundo, su odio hacia los habitantes de la superficie le ha convencido para no pisarla jamás; todo cuanto hay en el interior de la embarcación (alimentos, combustible o el órgano que toca después de las cenas) procede de las profundidades del océano, hecho que le convierte en autosuficiente y le permite mantenerse alejado de la codicia humana que destruyó cuanto amaba. Queda claro que el capitán Nemo sufre un intenso dolor que provoca que juzgue un todo (la humanidad) desde un particular (la muerte de su familia a manos de aquellos que querían poseer sus secretos), contraponiendo su juicio con el pensamiento de Aronnax, que, además de científico, cree en el ser humano, creencia que le impide compartir la visión de un genio marcado por su odio hacia la sociedad a la que los prisioneros desean regresar.
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