La figura de Pancho Villa ha sido retratada en la pantalla grande en diversas ocasiones, aunque no siempre como centro del relato, algo que sucede en ¡Vámonos con Pancho Villa! donde no cobra el protagonismo, sino que éste recae en un grupo de campesinos que se autodenominan "los leones de San Pablo". ¡Vámonos con Pancho Villa! fue la producción más cara del cine mexicano en el momento de su estreno, un excelente film, dirigido por Fernando de Fuentes, inicialmente mal acogido por la crítica, aunque en la actualidad figura entre los grandes clásicos de la cinematografía mexicana. El film arranca con la fuga de Miguel Ángel del Toro (Ramón Vallarino), posteriormente conocido como “Becerrillo”, alias puesto por el propio General Villa (Domingo Soler) al comprobar su juventud. Miguel Ángel, tras escapar de una muerte segura a manos de las tropas regulares, acude al hogar de Tiburcio Maya (Antonio R.Frausto), donde hablan de la situación en la que se encuentran y las posibilidades que se les presentan. En 1914 México pasa por vivir una revolución sangrienta y desesperada, que pretende un cambio político y social que mejore las condiciones de vida de la clase desfavorecida (la gran mayoría), oprimidas por los excesos de la clase dominante y del gobierno de Huerta. Los leones deciden unirse a una revuelta donde las batallas se suceden sin tregua, y con ellas las muertes de muchos hombres. La omnipresencia de la muerte es una realidad tangible de la que no pueden escapar, sólo es cuestión de tiempo; conscientes de tal certeza hablan de la suya propia como si fuera un hecho inevitable. Poco después de ese momento de intimidad y pérdida alrededor de una hoguera, Tiburcio y dos de sus amigos son condenados a morir en la horca por un oficial enemigo, después de presentarse voluntariamente a parlamentar; por suerte para "Panzón" (Melinton Botello) cuando se encuentra con la soga al cuello su peso la rompe y se produce su liberación; pero por desgracia, durante la refriega muere otro de los leones. El tiempo que les ha tocado vivir resulta cruel y sangriento, incluso lejos del frente pueden producirse hechos que marquen su destino, como se descubre en otro de los momentos claves tanto para la evolución del film como para la de Tiburcio. Los tres supervivientes entran en una taberna donde se encuentran a otros guerrilleros como ellos; nada parece presagiar que se vaya a producir el absurdo que se observará poco después de su llegada. Uno de los presentes indica que son trece los reunidos a la mesa, un número de mala suerte que sólo presagia más muerte, y para evitarla algún iluminado propone que el destino elimine al menos valiente de todos, convencido de que es el único modo de alejar a la mala fortuna del resto de los presentes. La idea de lanzar al aire un revólver amartillado que elija (y se cargue) al más cobarde muestra la irracionalidad y la ignorancia que domina en el tiempo de lucha, hecho del que Tiburcio es consciente y advierte a los demás del error que cometen, y sin embargo acepta el reto, porque "los leones de San Pablo" son tan valientes como cualquier otro. La fortuna (o la ignorancia de un hecho forzado por ellos mismos) elige a "Panzón", quien para demostrar que no es cobarde, sino un valiente, se pega el tiro de gracia tras haber sido herido por la bala de la fortuna;.no obstante resulta una muerte absurda, sin sentido. A medida que se producen las pérdidas de sus amigos Tiburcio comprende la realidad que le rodea, produciéndose un cambio en su actitud y en su pensamiento inicial. Su desengaño se confirma definitivamente cuando "Becerrillo" enferma de viruela y un oficial le ordena quemar su cuerpo para que la epidemia no se extienda; dicho instante resulta el golpe de gracia que acaba con las pocas ilusiones de Tiburcio, quien, roto, desilusionado y consciente de que si él no cumple la orden otro lo hará, mata al más joven del grupo de San Pablo, cuyo cuerpo sin vida se consume entre las llamas, al tiempo que se consume el último resquicio de la ilusión con la que Tiburcio se unió a la revolución.
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