El halcón y la flecha (1950)
Hay películas que siguen las mismas pautas y logran dar un paso adelante gracias a la personalidad de sus protagonistas. Ese fue el caso de las aventuras cinematográficas interpretadas por Douglas Fairbanks, que fue el rostro, el cuerpo, la alegría, el optimismo, el descaro y la agilidad de un tipo de cine lúdico circense que alcanzó una nueva cota de la mano de Jacques Tourneur y de Burt Lancaster en El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow, 1950), en la que el actor desplegaba sus capacidades atléticas y sus dotes de equilibrista para dar mayor diversión a la aventura. Lo hizo junto su compañero Nick Cravat, su fiel Piccolo, que alcanzó fama por ser el leal e inseparable amigo del “héroe Lancaster”. Cravat, asumiese el rol de Piccolo o el de Ojo en El temible burlón (The Crimson Pirate, Robert Siodmak, 1952), nunca falla, siempre generoso y dispuesto a seguir al héroe, a sacrificarse y animarle por amistad, aportando también su picaresca y la desenfadada elocuencia de su sonrisa, su mirada y sus gestos. Resulta más que un complemento para el héroe, ya que su personaje es vital en un aspecto fundamental del film: la amistad, que es por la que apuestan Tourneur como director y Waldo Salt como guionista. Es uno de los ejes de esta fiesta de aventuras contra la injusticia, que aboga por la acción y el romance, por la lucha de clases y de buenos contra malos. Mujeriego, alegre, honesto hombre del pueblo, Dardo no pretende ser un héroe ni reparar ninguna injusticia, pero el rapto de su hijo le obliga a dar el paso a héroe a la fuerza, sin dejar de ser un tipo alegre y vital que se conciencia cuando le arrebatan a su hijo. Este hecho conlleva su evolución y le permite comprender que no está solo; le posibilita un porqué más grande que la vida a su lucha contra el villano de turno que representa la injusticia contra la que pretende levantarse el pueblo lombardo.
El argumento de El halcón y la flecha no difiere de muchos otros títulos del género de aventuras. Hay el héroe, el villano, la heroína (Virginia Mayo) que introduce el romance en la historia y una actitud rebelde que aboga por su independencia, y también el grupo de amigos (o amigo) que se dejará la piel por el compañero a quien sigue sin dudar. Incluso hay lugar para la figura del traidor, a quien se reconoce antes de que cumpla su cometido en la historia —que, aparte de su traición, implica un posicionamiento de clase: elige la aristocracia a sus paisanos—. Estos y otros tópicos funcionan a la perfección en una película que busca un entretenimiento, ingenuo y divertido, que se aleje de la realidad histórica de una época que Tourneur expone viva, dinámica y llena de colorido. El protagonista de El halcón y la flecha, Dardo (Burt Lancaster), se antoja una especie de combinación entre Robin Hood y Guillermo Tell, ubicado en Lombardía, allá por el siglo XII, cuando las fuerzas del emperador Barbarroja, comandadas por el conde Ulrich (Frank Allenby), dominaban gracias al acero las tierras lombardas. Este noble, apodado El Halcón, siembra el terror y la injusticia entre la plebe, pero existe ese hombre que no le teme, quien, más bien, aguarda la oportunidad de saldar una vieja cuenta pendiente. Ese hombre, admirado por los suyos, no es otro que Dardo. Inicialmente, se desentiende de los problemas lombardos; él vive alejado del conflicto; aboga por una apacible existencia al lado de su hijo Rudi (Gordon Gebert), a quien ha criado tras el abandono de la madre, que prefirió las comodidades y lujos que le ofrecía el noble alemán. Sin embargo, Ulrich ha regresado para llevarse al pequeño, a lo que Dardo no está dispuesto. Ese instante da paso al enfrentamiento del héroe contra su enemigo (y sus tropas), únicamente con la ayuda de su fiel Piccolo (Nick Cravat) y otros proscritos que se ocultan en el bosque. Además de la rencilla personal entre héroe y villano, El halcón y la flecha apunta el injusto sometimiento —todo sometimiento indeseado lo es; en cuanto al deseado, este conlleva otras complejidades— al que se ven condenados los lombardos, que ansían liberarse y que encuentran en Dardo a un líder que encabece la revuelta que les permita vivir lejos de la opresión del invasor alemán. No obstante, como ya se ha dicho, en un primer momento, Dardo se muestra egoísta, pues solo tiene una motivación: recuperar a su hijo; y si para ello debe liderar un levantamiento, lo hará. La toma de conciencia del héroe ante la situación de sus paisanos se produce paulatina. Así pues, además de la aventura que domina la pantalla, se encuentra la idea de concienciación del individuo, de unidad y solidaridad ante las necesidades grupales, en este caso las de un pueblo condenado a sufrir las injusticias de Ulrich. Esas metas comunes justifican el nacimiento del héroe, su paso de hombre a símbolo, su individualismo como parte equilibrada en la acción común (la que beneficia al conjunto); aunque, en realidad, la lucha popular carece de interés narrativo para Tourneur, que, como buen conocedor de la aventura y de la acción, se debe a su protagonista y al enfrentamiento entre el halcón y la flecha.
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