Tiempo, ¿quién te ha visto y quien te ve? ¿Cuántas personas desearían volver atrás, a algún momento de su vida en el que fueron dichosos, sufrieron un imprevisto o cometieron un error que desearían no haber cometido? A pesar de sus carencias, El final de la cuenta atrás (The Final Countdown, 1980) desarrolla una idea central interesante, que se presenta cuando el portaaviones Nimitz atraviesa la tormenta que provoca el agujero temporal que lo traslada al 6 de enero de 1941, el día anterior al ataque japonés al Pearl Harbor. Este hecho inexplicable, e inicialmente desconocido para la tripulación, plantea una cuestión compleja ¿permitir que la Historia siga el curso marcado o intervenir y así evitar el ataque que la marcó? Los oficiales del moderno portaaviones, al mando de capitán Yelland (Kirk Douglas) tienen sentimientos enfrentados, divididos entre su deber, sus deseos y la posibilidad de evitar un acto que provocó numerosas bajas y la entrada en la guerra de su país. Como advierte Warren Lasky (Martin Sheen) si esto se realizase, el mundo de 1980 desaparecería, para dejar paso a uno totalmente desconocido, en el que se podrían haber corregido errores pasados, todavía no cometidos en 1941, pero, ¿quién puede asegurar que no se cometerían otros? Las posibilidades que ofrece un buque moderno, con un poder destructivo inimaginable en el momento en el que se encuentran, son numerosas; incluyendo la opción de acabar con la flota japonesa antes de que se produzca el ataque, circunstancia que también les plantea que todavía no se ha declarado la guerra. ¿Qué hacer si se presentase la oportunidad de cambiar la Historia? Todos los componentes de la tripulación estarían de acuerdo con acabar con un enemigo que atacó a la flota del Pacífico, mucho antes de que la mayoría de ellos naciesen, porque significaría evitar la catástrofe, pero ¿podrían evitar la guerra? Probablemente no, pues su ataque la iniciaría de igual manera, aunque posiblemente ésta transcurriría por otros derroteros. La cuestión que plantea la película de Don Taylor, siempre desde un punto de vista hipotético y fantástico, es una cuestión que probablemente haya ocupado la imaginación de más de una persona de carne y hueso, pues la opción de regresar a un momento determinado de sus vidas para poder corregir errores de un pasado que ha gestado el presente, es sumamente atractiva, pero también sería peligrosa. Lo que sí parece obvio sería que cambiando el pasado se cambiaría el presente y el futuro, cuestión que acarrearía, para bien o para mal, unas consecuencias inimaginables, como apunta la salvación del senador Samuel Chapman (Charles Durning) y la de su secretaria, Laurel Scott (Katherine Ross), político que según los datos había desparecido el 7 de enero, el día del ataque a Pearl Harbor, circunstancia que podría cambiar si el Nimitz interviniese y lanzase todo su arsenal contra una flota que a su lado se antoja ridícula. Por lo demás, El final de la cuenta atrás es un film que cumple su propuesta de entretener creando la situación en la que se plantea la posibilidad, hasta el día de hoy, imposible, de viajar en el tiempo.
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