Desde su apariencia de comedia ligera, La vida por delante presenta una situación cotidiana, aunque no por ello ni esperada ni deseada, que afecta a un matrimonio de clase media que persigue la cómoda existencia que se les niega de manera sistemática debido a su situación social y laboral. Uno de los grandes aciertos del actor, director y guionista Fernando Fernán Gómez fue el ofrecer a su protagonista la conciencia de ser observado por el público, algo que ya había hecho en Manicomio (codirigida por Luis María Delgado en 1954), su debut en la realización, pues esta certeza le permite dirigirse al espectador y guiarle a través de los recuerdos desde los cuales expone su experiencia, aunque esta no es de su exclusividad, sino que afecta a quienes se encuentran en su misma situación, ya sea en su época o en otras como la actual. Como consecuencia, y a pesar de haber sido rodada en 1958, La vida por delante continúa siendo una película vigente que expone desde el humor una circunstancia social para nada extraordinaria, aquella que trae de cabeza a individuos corrientes como Antonio (Fernando Fernán Gómez) y Josefina (Analia Gadé). Además, detrás de su aparente amabilidad e innegable comicidad, se esconde un discurso valiente y crítico con un tiempo dominado por un régimen político contrario a las críticas; aunque, en ocasiones, autores del talento de Fernán Gómez tuvieron la genial idea de disfrazar carencias sociales dentro de tramas en apariencia ligeras como la protagonizada por este hombre ha finalizado la carrera de Derecho, pero ¿de qué le vale si no puede ejercer? Este pequeño inconveniente, que una y otra vez se presenta al finalizar los estudios, lo obliga a aceptar una gran variedad de trabajos para los que no ha sido preparado y que le llevan a plantearse ¿de qué me han valido los años de estudios y el título que he obtenido? Su desilusión, compartida por miles de jóvenes, la compensa gracias a su matrimonio con Josefina, psicoanalista titulada que tampoco ejerce. Pero la falta de trabajo estable provoca que los ingresos que entran en el hogar sean mínimos y máximos los apuros que aleja a la pareja del estado de bienestar con el que habían soñado durante su noviazgo. Los quebraderos de cabeza de la pareja protagonista se presentan desde un punto de vista cómico que no escapa de cierto tono realista e, incluso, patético porque su situación es auténtica y solo se necesitaría salir a la calle para reconocerla en los miles de ex-estudiantes que la transitan en busca de un empleo que, si aparece, no encaja ni con sus aptitudes ni con sus expectativas, cuestión que genera una desilusión generalizada que afecta a sus vidas privadas. Por este motivo, los sueños de Antonio y Josefina se reducen a un simple recuerdo que, paulatinamente, desaparecerá sus vidas, pero, por suerte para ellos, se tienen el uno al otro, y es ese amor sincero e inquebrantable el que les invita a pensar con optimismo en un futuro incierto como el tiempo en el que ya no existirá la desesperación que les produce la desesperante situación de su presente.
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