Tras el enorme éxito obtenido por El Padrino (The Godfather, 1972) no hubiese sido descabellado pensar en una segunda entrega de la saga Corleone, lo que sí habría sido más difícil de adivinar sería que esa segunda parte fuese tan buena, o incluso mejor que la primera. El final de El Padrino cerraba una puerta en la que Michael Corleone (Al Pacino) asumía el control de la familia, aunque no era una final, sino el principio del reinado de Michael. Lo más sencillo hubiese sido plantear la película como un seguimiento de ese nuevo padrino, sin embargo, Francis Ford Coopola y Mario Puzo demostraron una visión mucho más amplía y más inteligente para unos personajes que, además de un presente, también tenían un pasado. Así pues, El Padrino parte II (The Godfather Part II, 1972) se divide en dos espacios temporales independientes entre sí, pero unidos por un lazo de continuidad familiar que se inicia con la salida del pequeño Vito Andolini de su pueblo natal y su llegada a la isla de Ellis, desde donde observará la Estatua de la Libertad como promesa de una nueva vida. Ese fue el nacimiento de los Corleone, el origen de una familia que en el presente empieza a tambalearse, algo que se comprueba en la fiesta que Michael ofrece en honor a su hijo y en el posterior intento de asesinato que sufre en su propio dormitorio. Como en la época de su padre, las celebraciones sirven para que aquellos que lo deseen acudan al Don. De nuevo un despacho, con Tom Hagen (Robert Duvall) como testigo, sirve para que los intereses de la familia se expongan, se discutan e incluso se pongan en peligro.
El planteamiento de Francis Ford Coppola resulta fiel e infiel a lo ya expuesto en la primera parte. Esta ambigüedad le confiere mayor atractivo a la segunda; que continúa con una exposición narrativa similar a la asumida en El Padrino, pero la complementa con otra distinta. De ese modo crea dos lineas temporales, dos épocas que se enfrentan para completar el retrato de familia de los Corleone; pues de eso trata la trilogía: de la familia sanguínea, más que de la familia mafiosa. Por un lado, la vida del joven Vito Corleone (Robert DeNiro) muestra dos nacimientos, el de la familia y el de la familia. Ese pasado permite comprobar la evolución de un joven silencioso que llora porque uno de sus hijos se encuentra enfermo, circunstancia que deja claro que Vito es un hombre de familia. Para él, los suyos son lo primero, sin embargo, eso no quita que sea un tipo listo, con agallas, que sabe lo que quiere, que no olvida un favor y cuyas ofertas no pueden ser rechazadas. En contrapunto, se encuentra Michael, un hombre que ha perdido el objetivo principal que se había marcado su padre, una vida mejor para una familia unida. Su carácter ha cambiado, ya no se reconoce a aquel joven recién llegado de la guerra; ha sucumbido ante ese mundo que había prometido abandonar en cinco años, sin embargo, el nombre Corleone continúan siendo sinónimo de asuntos sucios, y la promesa hecha a Kay aún no se ha cumplido, y puede que nunca se cumpla. Pero eso no es lo peor, lo peor se descubre en el odio que Connie (Talia Shire) siente hacia él, en el temor que invade a Fredo (John Cazale) cuando ambos se encuentran en el mismo plano, en el alejamiento de Kay (Diane Keaton), quien ya no le reconoce; mientras, el silencio de Tom parece reprocharle la perdida del esplendor de antaño. Pero Michael no tiene tiempo para eso, ni tampoco para sus hijos, sólo tiene tiempo para salvar a la familia, esa es su prioridad y el motivo de esa soledad que le amenaza y que él mismo ha fomentado. Por ello no resulta extraño que ambos Corleone, padre e hijo, inicien y cierren esta magnífica tragedia familiar, sumidos en dos soledades totalmente opuestas, para el primero sería un principio, mientras que para el segundo significaría un final. El Padrino parte II es la historia de una familia condenada a superar o sucumbir ante las diferencias, los deseos, las adversidades o las responsabilidades, que rigen el comportamiento de unos miembros amenazados por esa ilegalidad en la que Michael parece saber como lidiar con enemigos peligrosos y poderosos, rivales como Hyman Roth (Lee Strasberg), quien pretenden, desde una falsa amistad, deshacerse de un padrino que no hace concesiones de ningún tipo, pues lo ha sacrificado todo por el bien de los Corleone. Además, resulta muy atractivo descubrir como los personajes de Puzo-Coppola son testigos de acontecimientos históricos como la emigración a América durante los primeros años del siglo XX o la revolución castrista hacia la mitad del mismo siglo; de igual modo, también resulta estimulante comprobar como reacciona Michael ante el envite de una comisión del Senado que puede acabar con la familia, aquella que menos importaría a un Vito Corleone que, sentado en las escaleras del viejo edificio donde vive, acompañado de su esposa e hijos, mece al pequeño Michael, mientras le susurra lo mucho que le quiere.
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