El profeta (Il profeta) es una comedia ácida y crítica que sigue las andanzas de un hombre que se ha alejado de la civilización por voluntad propia, y lo ha hecho porque se había cansado de la rutina y de la falta de verdadera libertad; así pues, tras desprenderse de sus ataduras: mujer, trabajo, dinero, ... vive como ermitaño en una montaña donde ha desarrollado sus capacidades físicas y sensoriales. Desde el día de su huida han transcurrido cinco años, pero, para su desgracia, un equipo de televisión graba sus movimientos sin que él lo advierta. Tras la emisión del programa, por cierto, un notable éxito de audiencia, recibe una citación que le obliga a regresar a la civilización que tanto detesta. Las situaciones que se suceden a partir de su llegada a Roma chocan con las vividas durante los años de paz. Desea regresar a su montaña, sin embargo, poco a poco, se ve acosado por una sociedad que merma su resistencia, y cede ante un lucrativo negocio en el que él es el reclamo, si a ésto se le añade que su abstinencia sexual se encuentra amenazada por la presencia de una joven desinhibida (Ann-Margret), de quien se enamora sin apenas darse cuenta, los últimos reductos de su férrea negativa ante las comodidades de la civilización se desmoronan. Dino Risi contó con la colaboración de los guionistas Ettore Scola (poco después se convertiría en un excelente director) y Ruggero Maccari, y con la presencia de Vittorio Gassman, uno de los grandes actores italianos, para dar forma a una buena película, no la mejor de sus colaboraciones, pero sí una que posee el encanto de las buenas comedias a la italiana, que refleja desde la acidez y el humor algunos de los defectos de una sociedad que ha perdido el sentido real de la vida. Este entretenido y divertido film se ríe de esa clase media aburguesada donde prima lo material sobre cualquier otro enfoque existencial, así como ironiza sobre la supuesta y falsa rebeldía social de un grupo de jóvenes que pretenden convencerse de que se encuentra por encima de la alienación general, pero en realidad tan sólo visten de forma diferente y se agrupan en comunas supuestamente revindicativas, dos cuestiones que les permite autoengañarse con una falsa libertad dentro de los dictámenes establecidos. La escena en la que el ermitaño recuerda como era su vida antes de abandonarlo todo resulta divertida y, si uno se para a pensar, el reflejo de la realidad. ¿Será capaz este personaje quijotesco de vencer a la masa que pretende engullirlo o cederá ante aquello de lo que ha huido?
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