Pierre (Jean Gabin) huye tras cometer un asesinato en París. Su escapada le conduce hasta Barcelona, ciudad en la que se oculta, entre rateros y marginados, un universo sórdido donde coincide con varios compatriotas que le engañan y despojan de su dinero y de sus papeles. Su única alternativa se presenta en forma de anuncio publicitario, en el que se expone la grandeza que significa unirse a la Legión Extranjera Española, un cuerpo militar que le proporcionaría cama, cinco pesetas al mes y pocas o ninguna pregunta. Así pues, parece que podrá pasar desapercibido formando parte de un ejército que no necesita saber quién es, aunque no tardará en sentirse acosado, tanto por su conciencia como por aquellos que le rodean. Sus nuevos camaradas son seres despojados de patria y pasado, personas en las que no puede, ni quiere, confiar y a quienes no permite preguntas personales. Sin embargo, el tiempo logra que estos desconocidos dejen de serlo y se conviertan en sus amigos. Pero la mente de Pierre no deja de funcionar, su estado de alerta no baja la guardia, las sospechas se acentúan cuando encuentra en Fernando Lucas (Robert Le Vigain), su compañero y supuesto amigo, motivos para recelar. Lucas siempre tiene dinero, algo extraño en un legionario con un sueldo irrisorio, pero el principal motivo de desconfianza surge cuando éste se muestra violento y no permite que nadie recoja la cartera que le ha caído al suelo, en la que Pierre ha creído observar una identificación policial. Este indicio de sospecha se basa en la sustanciosa recompensa de 50.000 francos que ofrecen por su cabeza, cifra nada desdeñable, que sería aliciente suficiente para que Lucas quisiera atraparle y que permite al director francés Julien Duvivier realizar una de las mejores producciones sobre la legión y una excelente muestra del realismo poético del que se nutre el cine francés anterior a la 2ª Guerra Mundial. La bandera es un film pesimista, que muestra la marcialidad y la vida cotidiana en un cuartel de la legión, así como el posterior traslado de las tropas a la región africana del Rif, lugar donde Pierre se enamorará de Aïsa (Annabella), una hermosa joven que le corresponde y con quien se casa. Sin embargo, la repentina e inesperada aparición de Lucas (quien había permanecido en el cuartel peninsular), reaviva su estado de paranoia justificada, que le devuelve la violencia, la inseguridad y la constante inquietud que le aleja de ese breve interludio de felicidad al lado de su esposa. La relación entre estos dos hombres se desarrolla tensa, amenazante, en todo momento parece que se abalanzarán el uno contra el otro, como dos fieras acorraladas, cuya única esperanza reside en acabar con su rival, que no es sino la representación de ese pasado que le acecha sin descanso. La bandera posee un pulso narrativo firme, ya que la ejemplar dirección de Duvivier nunca pierde de vista lo que pretende contar, que se apoya en sólido guión, una ambientación excelente (hay que tener en cuenta que se rodó en 1935), un perfecto trabajo actoral, tanto de Jean Gabin como de Robert Le Vigain, quienes aportan a sus personajes un aspecto creíble y constantemente amenazador.
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