<<Trabajaba generalmente con tres o cuatro cámaras. Llegue a utilizar hasta ocho funcionando simultáneamente para asegurar los primeros planos necesarios. Imagínense los kilómetros de película rechazada. La montadora y sus ayudantes se volvían locos. En cambio, los actores estaban encantados: consideraban la iniciativa una victoria sobre el desagradable “corten” del director. El testamento del Dr. Cordelier es una adaptación a nuestra época de la novela de Stevenson Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Jean-Louis Barrault interpretaba ese doble papel como si fuera un bailarín. Para realizar la transformación de Jekyll en Hyde, no utilizó ningún maquillaje. Como accesorios, le bastaron una dentadura postiza y una peluca rígida. La película, rodada casi de un tirón, permitió a Kosma componer una música de tema único. La unidad de aquella obra ilustraba mi concepto de unidad del mundo, mi eterna manía.>>
Jean Renoir: Mi vida y mi cine.
No creo que haya nada más humano que ser unidad racional e irracional. Esas dos caras de un mismo cuerpo que pugnan por encontrar el equilibrio entre la razón y la emoción, entre el ser moral y el instintivo. Parece innegable que ambas se necesitan para ser, aunque corren el riesgo de desequilibrarse cuando una de ellas pretende negar, sustituir o destruir a la otra. Hay mayor diversidad de rostros que esas dos caras representadas por Robert Louis Stevenson en la dualidad Jekyll y Hyde, que simplifica los múltiples matices condicionados por las circunstancias, las situación, la educación, la tradición, la cultura, los valores, el propio individuo, el instante en que vive y actúa y las distintas presencias de otros individuos que le condicionan (y a su vez, también están condicionados), pero lo propuesto y expuesto por el escritor escocés en su relato sirve para evidenciar el instinto desatado, Hyde, y la represión ejercida por la moral de individuo social, Jekyll, representado este por el respetado y reputado Cordelier (Jean-Louis Barrault) en el film de Jean Renoir. Cordelier habla de la “conducta del mal”. Ha pretendido modificarla con sus experimentos, pero olvidó que la existencia de esa “mala conducta” nace de la existencia de su opuesta. Sin la moral que determina los límites del bien y el mal, tal como él y la sociedad a la que pertenece los establecen, ninguno de esos abstractos existiría. Entonces, tampoco sería posible transgredirlos u ocultarlos, como en ambos casos hace el doctor, cayendo en la consciente hipocresía de negar y condenar la parte instintiva a la que da rienda suelta cuando asume la personalidad de Opale, cuya ligereza de movimientos remite a la ausencia de peso moral.
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