Pero Griffith siguió adelante con el rodaje de esta superproducción que se abre con imágenes suyas en el frente occidental y su encuentro con el primer ministro británico David Lloyd George. Como consecuencia de esta introducción, desde una perspectiva ideológica, la película se posiciona desde su primer minuto, al tiempo que ubica la acción en un contesto real que en manos del responsable de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation; 1914) se convierte en un espacio donde se mezcla épica, realismo, partidismo y el melodrama folletinesco que se vive en medio de la lucha armada, por lo que la rigurosidad histórica y los múltiples motivos que provocaron el conflicto (entre ellos la política de los gobiernos, las actividades militares o la exaltación nacional) brillan por su ausencia. El realizador encaró su primera incursión en el género bélico primando la espectacularidad, el drama y su visión de los hechos, que dividía a los beligerantes en buenos y malos o, dicho de otra manera, entre quienes luchan por la libertad y aquellos que pretenden erradicarla. Esta circunstancia se observa a lo largo de la trama protagonizada por dos familias estadounidenses afincadas en suelo francés, cuyos hijos se enamoran poco antes de que la guerra se desate y los separe. A pesar de que no se trata de su país, Douglas (Robert Harron) se alista, convencido del deber de velar por la idea de libertad que le inculcaron, la misma idea que defendería su nación de origen y la misma que el enemigo pretende destruir arrasando cuanto encuentra a su paso. Enviado al frente cercano a su hogar, participa en la lucha hasta que cae malherido, mientras, en el pueblo varios miembros de las dos familias fallecen durante un ataque alemán. Esta desgracia lleva a Marie (Lillian Gish) a deambular desesperada por el campo de batalla, en una escena que concluye cuando encuentra a su amado, a quien da por muerto y a quien vela durante toda la noche. Al amanecer ella regresa a casa sin saber que varios enfermeros descubren al muchacho con vida. Trasladado a un hospital se recupera de sus heridas y se reincorpora al frente, donde no tarda en hacerse pasar por oficial prusiano para cruzar las lineas enemigas, lo que le permite ir en busca de su novia, que sufre el acoso y los malos tratos del enemigo conquistador que se representa en la figura de Von Strohm (George Siegmann). Como película propagandística, Corazones del mundo cumplió su objetivo, pero más allá de esta cuestión, destaca por la fluidez narrativa de Griffith, que combina la épica de las escenas de batalla con la desesperación que sufre la población civil, individualizada en la enamorada, en la muchacha interpretada por Dorothy Gish y en los hermanos del soldado. El uso del montaje, del plano-detalle, de imágenes espectaculares o del rescate in extremis (por parte del ejército estadounidense) son características de un estilo que sobrevive al paso del tiempo, no así su mensaje, más forzado y menos honesto que la comicidad pacifista que Charles Chaplin empleó en Armas al hombro (Shoulder Arms; 1918) o la poética denuncia con la que Abel Gance dio forma a Yo acuso (J'accuse; 1919), dos producciones que mostraron la contienda desde una perspectiva distinta a la expuesta por Griffith en este éxito de taquilla que sentó las bases sobre las que se desarrollaría el cine bélico posterior.
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