jueves, 28 de enero de 2016
El rastro de la pantera (1954)
martes, 19 de enero de 2016
Clandestino y caballero (1946)
miércoles, 13 de enero de 2016
La venganza de Ulzana (1972)
La paulatina disminución de westerns de la cartelera que se produjo a partir de la década de 1960 encuentra parte de su explicación en el cansancio de un género que necesitaba nuevos horizontes para sobrevivir a su propio mito, a las nuevas tendencias y al presente por el que atravesaba tanto la industria cinematográfica hollywoodiense como la sociedad estadounidense. Y lo hizo, encontró otros caminos, pero no desde la grandeza genérica de la que había gozado años atrás gracias a las magníficas aportaciones de los John Ford, Raoul Walsh, Henry Hathaway, William A. Wellman, Howard Hawks, Anthony Mann, Budd Boetticher, Delmer Daves o el propio Robert Aldrich, sino desde producciones puntuales que demostraban que el género se negaba a perecer en su agonía. Una de estas películas, ajena a la épica y a heroicidades que sí pueden descubrirse en films anteriores, fue La venganza de Ulzana (Ulzana's Raid, 1972), en la cual el responsable de Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) se decantó por aunar en un mismo espacio la madurez del personaje interpretado por Burt Lancaster, que asume la perspectiva del cineasta, y la pérdida de la inocencia que se representa en el inexperto e idealista oficial al que dio vida Bruce Davison. Para ello, La venganza de Ulzana toma como punto de arranque el levantamiento de un reducido grupo de apaches chiricahuas acaudillados por Ulzana (Joaquín Mantínez), sin embargo, la verdadera esencia del film reside en los personajes que inician su persecución, a quienes se observa transitando por un medio amenazante a la caza del indio renegado que, al tiempo que asola el terreno por donde pisa, influye en la interioridad de aquellos que le siguen la pista.
El McKintosh interpretado por Burt Lancaster no desentona con el resto de individuos a contracorriente que habitan en la mayor parte de las películas de Robert Aldrich, pero presenta mayor desencanto en su comprensión de un entorno que no juzga, como tampoco juzga el comportamiento de los indios, ya que se trata de alguien que posee una visión pesimista que nace de su edad y del conocimiento del espacio por donde deambula. Su veteranía y su comprensión de las costumbres nativas chocan con la inexperiencia del oficial al mando de la expedición, a quien se observa desde su idealismo inicial hasta que este se transforma en el odio que provoca decisiones que implican el sacrificio de quienes lo acompañan, porque la captura del renegado se ha convertido en la desorientación que conlleva su nueva comprensión de la realidad, más compleja que aquella heredada de las enseñadas paternas. En el mundo al que accede el teniente DeBuin las soluciones no se presentan desde las buenas intenciones, sino desde el enfrentamiento directo que ponga film al conflicto que se está desarrollando. De ese modo, a lo largo del trayecto por un espacio dominado por la aridez, la violencia y el desencanto se pone de manifiesto la desorientación del muchacho, pero sobre todo la capacidad reflexiva de un cineasta que ofreció una visión cruda y sincera del paso de la ilusión a la aceptación y decepción (cara y cruz de una misma moneda), de ahí que nadie mejor que Lancaster para encarnar a un explorador entrado en años que podría entenderse como el reverso del oficial que lo acompaña, pero también del guerrero indio al que dio vida en Apache (1954), joven, orgulloso y cegado por su idea de encontrar su lugar, mientras que en esta su personaje vendría definido por el cansancio vital y por la certeza de que para él ya no hay un lugar, como tampoco lo hay para los ideales más allá de las interpretaciones que inicialmente asumen tanto Massai como ese teniente que, en su contacto con un entorno violento, sufre la transformación que se produce cuando acepta que más allá de la toma decisiones solo existe asumir las consecuencias.
sábado, 9 de enero de 2016
El puente de los espías (2015)
jueves, 7 de enero de 2016
Jesús Franco. Cinefilia, gustos y obsesiones
La extensa e irregular filmografía de Jesús Franco abarca más de doscientos títulos, una cifra que desvela la necesidad de rodar de este cineasta madrileño que llegó a filmar quince películas en un mismo año. Pero son los largometrajes que realizó durante su primera etapa los que poseen mayor atractivo y una elaboración más trabajada que el resto de su obra. En ellos se descubre a un joven realizador sin complejos, enamorado de su profesión, pero también con una clara intención de filmar cine de género desde su cinefilia, su sentido del humor y su gusto por la música, sobre todo el jazz. Sin embargo, hacia mediados de los sesenta se alejó de este tipo de cine y se embarcó en producciones menos interesantes y más explícitas en cuanto al erotismo que había introducido con mayor elegancia en la primera parte de su carrera. Jesús Franco nació en Madrid en 1930, por lo que su infancia transcurrió entre la segunda República y la Guerra Civil que, una vez finalizada, implantó la severa dictadura de un general que nada tenía que ver con la familia del cineasta. Ya en su adolescencia, el futuro realizador empezó a mostrar interés por el cine y por la música, viendo las películas permitidas por la censura y aprendiendo a tocar varios instrumentos que, durante algún tiempo, le permitieron mal ganarse la vida como miembro de alguna banda musical. Inquieto, fantasioso, obsesivo y a contracorriente, su cine se nutre de su admiración hacia Orson Welles, Robert Siodmak, Luis Buñuel o Max Ophüls, entre otros cineastas de renombre, de la narrativa de el marqués de Sade, Sax Rohmer o de Edgar Wallace, así como del cómic y, cómo no, de sus gustos y obsesiones. A lo largo de sus cinco décadas detrás de las cámaras, el realizador madrileño rodó en diversos países, sin pensar en otra cuestión que encontrar la financiación necesaria para poder filmar planos y más planos. Pero su primera salida de España se produjo antes de iniciar su carrera cinematográfica, y su destino fue Francia. Al otro lado de los Pirineos pudo enriquecer su cinefilia con películas que en España habían sido manipuladas por los censores o imposibles de ver debido a esa misma censura, guardiana de los intereses del régimen que se había asentado en el poder. Su primer contacto con el medio al que dedicó su vida se produjo en su Madrid natal, donde conoció a Juan Antonio Bardem, para quien trabajó como asistente y ayudante en Cómicos (1954), de la que compuso parte de su banda sonora, en Felices Pascuas (1954) y en Muerte de un ciclista (1955). Bardem fue el primer cineasta para quien trabajó, posteriormente lo haría para León Klimovsky, Joaquín Romero Marchent, Luis García Berlanga, para quien colaboró como ayudante en Los jueves, milagro (1957), o Fernando Fernán Gómez, para quien interpretó el papel de Venancio en El extraño viaje (1965), una de las grandes joyas de la cinematografía española. Después de realizar una serie de cortometrajes documentales, en 1959 debutó como director de largometrajes en Tenemos 18 años, una comedia que fue ignorada a pesar de poseer una frescura e imaginación inusual dentro de la comedia española, por lo que no fue estrenada hasta 1967. Algo similar sucedió con Labios rojos (1960), su siguiente película, cuyo protagonismo vuelve a recaer en dos chicas, en este caso detectives, algo insólito por aquel entonces, como también fue insólita su primera incursión en el terror. Pero antes de sumergirse en las sombras del horror, el realizador madrileño filmó dos comedias musicales con la cantante Mikaela como protagonista: La reina del Tabarín y Vampiresas 1930, la cual remite directamente a Cantando bajo la lluvia y Con faldas y a lo loco. A pesar de tratarse de su tercer largometraje, La reina del Tabarín fue el primero que estrenó y la primera coproducción en la que participó, algo que se convirtió en una tónica a lo largo de su extensa producción filmografía, y obtuvo un éxito aceptable. Aparte de ciertas dosis de comedia en dos personajes secundarios (un vagabundo y el ayudante del inspector protagonista), Gritos en la noche (1961) inauguró el cine de terror español, y permite comprobar el gusto del realizador por el expresionismo alemán, movimiento que, según él, fue el germen del cine posterior. Y no le faltó razón, pues la influencia de los Freund, Lang, Murnau o Wienne se puede apreciar en el terror de la Universal, en el cine negro de la década de 1940 o en el realismo poético francés de los años treinta y en España en La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), una magnífica e insólita incursión en un género que no tuvo continuidad hasta la irrupción de Jess Franco. Su siguiente film, La muerte silba un blues (1962) es un buen ejemplo del cine negro que se realizaba por aquel entonces, además se descubren las influencias de su admirado Orson Welles, quien también influyó en Rififí en la ciudad (1963), su mejor policíaco. Entre estas dos producciones, rodó La mano de un hombre muerto (1964), otra incursión en el horror, lo cual empezaba a confirmar la intención de Franco de realizar cine de género, intención que se reafirmó en El secreto del doctor Orloff y que alcanzó su punto álgido en Miss Muerte (1965), producción hispano-francesa que le permitió trabajar por primera vez con el guionista Jean-Claude Carriere y con el productor Serge Silberman, colaboradores habituales de Luis Buñuel en su última etapa. Aparte de su atractiva puesta en escena, Miss Muerte posee el aliciente de ofrecer el protagonismo a una mad doctor capaz de desfigurar su bello rostro y de someter a otra mujer a su voluntad para vengar la muerte de su padre. Pero, al contrario que otros realizadores de su época, Franco no encontró su lugar dentro del panorama cinematográfico español, aunque esto no le impidió trabajar a un ritmo frenético porque <<Soy simplemente un currante, adicto, enamorado de la más hermosa profesión que hay en el mundo>> (Memorias del tío Jess). En 1965, esa profesión de la que estaba enamorado le permitió un encuentro inesperado al ser escogido para ser el director de la segunda unidad de Campanadas a medianoche, una excelente coproducción que Orson Welles filmó en España. Años más tarde, en 1992, como consecuencia de la Exposición Universal de Sevilla, el cineasta fue contratado para montar Don Quijote, uno de los muchos proyectos inacabados del responsable de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). Tras su agridulce experiencia wellsiana, quedó inconclusa su versión de La isla del tesoro que iba a protagonizar el reputado realizador estadounidense, rodó Miss Muerte, su onceava película y, hasta ese momento, la de mayor presupuesto y sin duda uno de los mejores títulos de su carrera. A partir de aquí su cine se orienta hacia el cómic y la comedia de espías en títulos como Cartas boca arriba, su último largometraje en blanco y negro y un acercamiento a la ciencia-ficción, Residencia para espías y Lucky el intrépido, inspirada en las viñetas de Anacleto, agente secreto. En 1967 su carrera sufrió un nuevo giro al rodar una producción alemana que carecía de guión y que fue filmada a partir de ideas propias, de tal manera que Necronomicón adquirió un carácter onírico y erótico que no se había visto en títulos anteriores. Hacia finales de la década Jesús Franco inició su relación profesional con el británico Harry Alan Towers, para quien filmó una serie de películas, que abarca desde Fu Manchú y el beso de la muerte hasta El conde Drácula, en las que pudo contar con actores y actrices de la talla de Christopher Lee, Herbert Lom, Jack Palance, Klaus Kinski, Mercedes McCambridge o María Schell, pero estas carecen del interés de sus primeras producciones, aquellas que lo confirmaban como un cineasta atípico y renovador.
Filmografía como director (1959-1969)
Tenemos 18 años (1958)
Labios rojos (1960)
La reina del Tabarín (1960)
Vampiresas 1939 (1961)
Gritos en la noche (1961)
La muerte silba un blues (1962)
La mano de un hombre muerto (1962)
Rififí en la ciudad (1963)
El llanero (1963)
El secreto del Dr.Orloff (1964)
Miss Muerte (1965)
Cartas boca arriba (1965)
Residencia para espías (1966)
Lucky, el intrépido (1966)
Necronomicon (1967)
Bésame, monstruo (1968)
El caso de las dos bellezas (1968)
Eva en la selva (1968)
Fu Manchú y el beso de la muerte (1968)
La ciudad sin hombres (1968)
99 mujeres (1968)
Justine del Marqués de Sade (1968)
El castillo de Fu Manchú (1968)
Venus in Furs (1969)
Eugenie. The Story of Her Journey into Perversion (1969)
El proceso de las brujas (1969)
El conde Drácula (1969)