domingo, 16 de octubre de 2011

Erase una vez en América (1984)


Desde que en 1966 supo de la existencia de la novela The HoodsSergio Leone se obsesionó con llevarla a la pantalla. Primero se entrevistó con su autor, Harry Grey, para conocer sus intenciones respecto a una posible adaptación, posteriormente intentó adquirir los derechos que estaban en posesión de Dan Curtis (creador de la serie televisiva Sombras tenebrosas), quien a su vez también pretendía producirla y dirigirla, por lo que se negó a ceder los derechos cinematográficos. Así pues, ante la falta de opciones, la idea se fue postergando hasta que en la década siguiente Alberto Grimaldi convenció a Curtis para que se los cediese a cambio de producirle, a través de su productora P. E. A. Films, Pesadilla diabólica (Burnt Offerings, 1976). Gracias a esta intervención, el cineasta italiano tenía vía libre para llevar a cabo su obra más ambiciosa, personal y arriesgada, aunque su materialización fue larga y compleja: la búsqueda de actores y actrices (entre otros, se barajaron los nombres de Claudia Cardinale, Gerard Depardieu, James Cagney, Jean Gabin y Richard Dreyfuss), de localizaciones (en Florida, Montreal, Nueva Jersey, Roma o Venecia), el afán de perfección del realizador romano o la necesidad de reducir un guion que anunciaba una película de duración imposible fueron postergando el inicio del rodaje hasta 1982. Ya sin Grimaldi, que abandonó la producción que asumió Arnon Milchan, y con la estrella de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) al frente del reparto, Leone hizo realidad su película sobre la nostalgia, la amistad y el paso del tiempo, priorizando los detalles y los saltos temporales que posibilitan el acceso a más de medio siglo de amistades fallidas y amores imposibles, los mismos que David <<Noodles>> Aaronson (Robert De Niro) idealiza tumbado sobre el diván del fumadero de opio donde se coloca desde el inicio hasta el final de film. En ese lugar evoca a los fantasmas que regresan con los tonos de aquel teléfono del pasado que le persigue. El sonido del aparato inserta el breve flashback que muestra la muerte de sus tres amigos. Pero el teléfono continúa sonando en una mente que se culpa y que debe actuar con cautela si pretende deshacerse de los asesinos que se interponen entre él y aquella maleta donde la banda depositaba la mitad de sus ganancias. La estación del tren, donde la pandilla había jurado guardar el cincuenta por ciento de sus botines, se convierte en la puerta temporal que traslada la acción al futuro o, como Leone aseguraba, a la ilusión de cómo este sería en la mente del protagonista mientras consume alucinógenos.


El futuro se convierte en presente y Erase una vez en América (Once upon a time in America, 1984) avanza treinta y cinco años sin abandonar el recinto donde Noodles ha entrado sin nada, porque lo ha perdido todo. Sin embargo el viejo Noodles, que sustituye en la estación al delincuente que deja tras de sí su pasado, posee la curiosidad y la nostalgia que se descubren a través del agujero del servicio del bar de Fat Moe (Larry Rapp). Desde la pequeña abertura, que ha sobrevivido al paso de los años, se traslada la acción a 1923 para descubrir la silueta danzarina de la joven Deborah (Jennifer Connelly). En ese instante de idealización del amor, nadie podría decir que se trata del mismo chico que, en compañía de sus amigos, se gana la vida cometiendo pequeños robos o molestando a Bugsy (James Russo) por un Brooklyn magistralmente diseñado por Carlo Simi. Esta parte de la adolescencia transcurre sin prisa, acompasada por la partitura de Ennio Morricone y desarrollada en escenas tan memorables como aquella que descubre a Patsy aguardando a recibir los favores de Peggy a cambio de un pastel de nata. Aquel periodo de su vida muestra la gestación de los hechos que marcarán el futuro de la pandilla de ladronzuelos, cuyas correrías apuntan a llegar alto dentro del mundo del hampa, sobre todo cuando Max Bercovic aparece en el barrio y se convierte en el amigo inseparable de Noodles. Entre ambos proyectan sueños de grandeza, que empiezan a materializarse cuando pretenden sustituir a Bugsy, y crean la sociedad delictiva que forman con Cockeye, Patsy y Dominic, el pequeño que nunca podrá ver como la puerta de la cárcel se cierra tras el encarcelamiento de Noodles, dando así por concluida la mejor etapa de sus vidas. Esa puerta cerrada transporta el relato al viejo Noodles, que lee la inscripción “Los más jóvenes y fuertes caerán bajo la espada”. En aquel silencioso mausoleo, donde descansan los cuerpos de sus amigos, halla la llave de la consigna en la que sí encuentra la maleta con el dinero que había desaparecido treinta y cinco años atrás. Esa maleta, que sujeta con nerviosismo mientras avanza por una Nueva York amenazante, permite un nuevo retroceso temporal, que muestra a Noodles abandonando la cárcel, tras diez años encerrado, para descubrir que Max (James Woods) ha cambiado, sus amigos han crecido, él ha crecido y ninguno ha olvidado el lazo que les une. Por su amistad han guardado la parte que le corresponde en los negocios ilegales y su parte en un presente durante el cual el dinero fluye constantemente gracias al local clandestino donde se reencuentra con Deborah (Elizabeth McGovern). Erase una vez en América continúa en ese pasado rítmico que descubre las relaciones y las evoluciones de delincuentes que no muestran el menor escrúpulo a la hora de aceptar y realizar cualquier tipo de encargo bien remunerado, pero Leone lo abandona por un breve instante, para introducir a un nuevo personaje que permite profundizar en la historia. Desde el rostro de Jimmy O'Donnell (Treat Williams) se regresa al pasado en el que se gesta la caída de la amistad y de un amor que se sabe imposible y, en este instante prolongado, los sucesos acontecidos al inicio de Erase una vez en América obtienen la explicación que se completa cuando la acción regresa al presente durante el cual se cierra el círculo de esta obra maestra que, en su estreno estadounidense, sufrió un montaje ajeno a 
Sergio Leone, quien nada pudo hacer para evitar que la estructura en flashbacks fuese suprimida y el metraje reducido a poco más de dos horas.

2 comentarios:

  1. Una película hermosa, una historia vibrante, los sentimientos pulsando, la música soberbia, la fotografía, inmejorable. Nunca me cansaré de disfrutarla.

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    1. Totalmente de acuerdo. En esta película, Leone suma aciertos que dan como resultado una obra maestra. Y por sí sola, la partitura de Morricone ya es una de las cumbres musicales del cine.

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