lunes, 11 de febrero de 2019

Following (1998)


El falso culpable y el voyeurismo son recurrentes en el cine de
Alfred Hitchcock, la identidad, la desorientación y la soledad lo son en el de Christopher Nolan y encontramos prueba de ello en Memento (2000), pero también en la dualidad del caballero oscuro de la trilogía Batman (2005-2012), en el riesgo que conlleva Origen (Inception, 2010) y, si me apuro, en el viaje Interstellar (2014). Sin pretender, ni ser, un film hitchcockiano, en apenas una hora de duración, en Following (1998), su primer largometraje, Nolan aúna el falso culpable, el voyeurismo y la búsqueda de identidad para dar forma a la experiencia vital de un joven de veintitantos años, sin trabajo, sin dinero, sin nombre —pues ¿quién es? ¿Bill? ¿Daniel? ¿o cualquier otro antropónimo que pueda responder a quien pregunte?—, sin relaciones y cuyo aburrimiento le lleva a seguir a desconocidos escogidos al azar. Es su principal regla: no seguir a la misma persona en más de una ocasión, pero asegura que fue la primera norma que rompió. Dicha ruptura provoca que el azar desaparezca de su experimento y dé paso al juego que Nolan introduce mediante la confesión del protagonista, aquella que engloba la práctica totalidad de una película en la que no sabemos si sus palabras son o no verdad.


El cineasta británico juega con el espectador al igual que lo hace con el anónimo seguidor a quien dio vida
Jeremy Theobald, que ya había protagonizado sus cortometrajes Larceny (1996) y Doodlebug (1997), o ¿es este último quien, como aspirante a escritor, engaña al policía (y a nosotros) a través de la historia que relata? Según sus palabras se trata de un resumen de los hechos, así lo expresa al detective (John Nolan) que escucha sin interrumpir, ni siquiera para preguntarle por qué desarrolla su relato combinando varios tiempos pasados, alterando la linealidad temporal y convirtiendo su confesión en piezas de un rompecabezas a resolver. Los tiempos pretéritos se entrecruzan en dos relaciones principales, la que el protagonista establece con Cobb (Alex Haw), a quien sigue hasta que, inesperadamente, este le comenta que es un ladrón y le ofrece la curiosa asociación que el aspirante a escritor, o a cualquier otra cosa, encara cual aprendizaje u oportunidad de encontrarse quizá, si no a sí mismo, con una imagen que apropiarse: la del propio Cobb. La segunda relación le une a la chica rubia (Lucy Russell) a quien aborda en un bar, una desconocida que a su vez le cuenta una historia que despierta mayor curiosidad en quien pretende ser parte integrante de la multitud entre la cual escoge a sus objetos de estudio, o puede que modelos a imitar. Sorprende el dominio de Nolan para, sin apenas experiencia profesional, manejar la intriga propuesta y llevarnos de aquí para allí sin que disminuya el atractivo del juego y sin que sepamos a ciencia cierta hacia dónde nos quiere conducir, probablemente porque su protagonista tampoco lo sabe, pues vive desorientado en un mundo fragmentado, emocionalmente necesitado de encontrarse, de sentirse parte de algo y de ser alguien, aunque ese algo y alguien le lleven a asumir la personalidad de Cobb, su trabajo asaltando casas vacías, pero con pruebas de existencias ajenas, y el supuesto objetivo de su mentor, el de <<invadir la vida de otras personas y averiguar quién son>>, pero, acaso, ¿no era esta la intención del protagonista cuando se decidió a perseguir a extraños escogidos al azar?



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