lunes, 4 de febrero de 2019

Campeones (2018)

Existen diferentes capacidades físicas e intelectuales, también hay distintos tipos de inteligencia y, de entre estos últimos, Campeones (2018) se decanta por la emocional que su protagonista desarrolla gracias a su relación con el equipo de baloncesto de la asociación "Los amigos". Esta es una de las bases sobre las que se sostiene la historia de superación y aprendizaje propuesta por Javier Fesser, que encuentra otros sostenes en sus buenas intenciones, en su amable comicidad y en la conexión que sus personajes establecen con el espectador, una relación basada en los sentimientos y las emociones que los primeros despiertan en los segundos. Aunque se trata de una comedia que, en su parte deportiva, podría recordar a Hoosiers, más que ídolos (Hoosiers; David Anspaugh, 1986) y, en su apuesta emocional, a Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) entre otros títulos de superación de barreras humanas, la ausencia de originalidad no desdibuja el acercamiento, mediante el humor y la ternura hacia sus protagonistas, a las diferentes realidades de los miembros del equipo del cual Marco Monte(s) (Javier Gutiérrez) se hace cargo tras su cese como segundo entrenador del Estudiantes. Durante la introducción de su carácter, entre infantil y egoísta, Marco evidencia la falta de autocontrol que deriva en el acto violento contra Carrascosa (Daniel Freire), el primer técnico del conjunto colegial. Posteriormente, ebrio, conduce su auto y se produce el accidente automovilístico durante el cual se redunda en su comportamiento contestatario y que implica los noventa días de ayuda comunitaria dictados por la jueza (Laura Barba): <<va a trabajar usted con personas con discapacidad intelectual>>. Pero, sin darse cuenta, la ayuda la recibe él cuando inicia su labor social (in)voluntaria, aunque más que un trabajo es su aprendizaje a través de las relaciones que mantiene con los chicos y la chica de su nuevo equipo, con su madre (Luisa Gavasa) y con Sonia (Athenea Mata), de quien literalmente ha huido debido a su incapacidad de encarar el matrimonio como la opción de que este se amplíe a nuevos miembros. La inmadurez, el desequilibrio intrapersonal e interpersonal son la tónica de este señor Scrooge del baloncesto que accede a la realidad presente sin necesidad de un guía fantasma, pues él lo hace acompañado por personas de carne y hueso que, con mayor y mejor desarrollo emocional que el suyo, le guían en el entrenamiento de la vida. De ese modo, mientras reduce sus protestas y sus intentos de escabullirse de sus nuevas responsabilidades, deja de sorprenderse de su suerte y de los comportamientos que observa en sus nuevos pupilos. Y así, como quien no quiere la cosa, se produce su acercamiento y Marín (Jesús Vidal), Paquito (Fran Fuentes), Collantes (Gloria Ramos) y compañía se convierten en los ejes sobre los que gira su nueva experiencia vital, aquella que lo llevará al nuevo Marco, más sensible y vulnerable, más humano y tolerante en sus relaciones sociales y personales. Estamos ante un film que normaliza al entrenador de Los amigos a partir de su comprensión de vidas ajenas, de su acercamiento a sí mismo y, de desde esa introspección personal, la aceptación de sus limitaciones, sus contradicciones y sus miedos como algo usual y común al resto de vidas humanas, vidas como las del heterogéneo grupo de jugadores que ven en él a alguien más que a un entrenador, quizá a una figura paterna y seguro a un amigo. De ese modo, rodeado de la positividad que fluye de los componentes de su nuevo equipo, la condena se convierte en liberación y así desaparece el Scrooge baloncestístico, cuya existencia estaría condenada al fracaso, a la soledad y a la amargura en la que descubrimos al personaje dickensiano. Pero Fesser no pretende filmar un cuento de Dickens y se decanta por ofrecernos una comedia amable que, salvo momentos esporádicos y algo forzados como podría ser el que se produce dentro del autobús, rehuye realidades hirientes porque, en definitiva, son fruto de incomprensiones e ignorancias como las que podría tener Marco -de ahí que sea él quien necesite aprender e integrarse- cuando todavía era inconsciente de su discapacidad, a la que Román (Roberto Chinchilla) alude cuando comenta a Carrascosa que <<la va a tener siempre, pero nosotros le estamos enseñando a manejarla>>.

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