viernes, 9 de noviembre de 2018

Los cuatro jinetes del apocalipsis (1961)


La novela de Vicente Blasco Ibáñez Los cuatro jinetes del apocalipsis (publicada en 1916) tuvo su primera versión cinematográfica en 1921, a cargo de Rex Ingram, cuya exitosa carrera se vio truncada en los primeros años del sonoro. Cuatro décadas después, Vincente Minnelli aceptó realizar para Metro-Goldwyn-Mayer una segunda versión de la obra de Blasco Ibáñez, aunque su resultado fue inferior al film de Ingram. ¿Por qué resulta más irregular la adaptación de Minnelli que la de Ingram? Una de las respuestas la encontramos en las palabras del propio realizador: <<me habían dado un argumento que no me apetecía hacer, con un protagonista que carecía de la insolencia y la irreflexión que asociaba con el papel.>> (1) Minnelli había pensado en Alain Delon como un posible Julio Desnoyers, además era consciente del error que implicaba trasladar la acción de la Gran Guerra a la Segunda Guerra Mundial, pero, ante las negativas del estudio a desarrollar la historia en el tiempo narrado por el escritor valenciano, el responsable de Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952) se puso tras las cámaras e inició el rodaje de su película, que si bien posee momentos destacados, resulta desequilibrada desde su introducción. Los cuatro jinetes del apocalipsis (The Four Horsemen of the Apocalypse, 1961) se abre al espectador en tierras argentinas, lo hace en un baile y este nos ofrece una segunda respuesta a su irregularidad. Madariaga (Lee J. Cobb) y su nieto Julio (Glenn Ford) bailan y disfrutan de la fiesta; ambos son vividores que festejan su amor por la vida, sin embargo ni uno ni otro logran comunicarlo al espectador, algo que sí lograban Pomeroy Cannon y Rudolph Rodolfo Valentino en sus respectivos papeles en la versión de Ingram.


Desde ese instante la película resulta tan forzada como la noche de tormenta física y simbólica durante la cual los truenos y la partitura sonora enfatizan en exceso el por qué del fallecimiento del abuelo (a causa del disgusto que le supone descubrir que su nieto Heinrich es un nazi) y de la ruptura familiar. Al igual que ocurre en la viscontiana La caída de los dioses (La caduta degli dei, 1969), muerto el patriarca se rompe el nexo que mantenía unido a la familia, que se ramifica (y separa) en los Desnoyers y los von Hartrott. La música que acompaña este momento de ruptura y de mal augurio resulta redundante y así continuará siendo a lo largo de gran parte del metraje, marcando las emociones que deberían fluir de los personajes y de las imágenes del film de Minnelli, quien, a pesar de las dudas generadas por el material que tenía entre manos, intentó superar las carencias argumentales, así como la fría y cerebral imagen del Julio interpretado por Glenn Ford, priorizando la estética visual, de ahí el colorido de la fotografía o la sensación recargada e irreal de los espacios parisinos, antes y durante la ocupación alemana. Existe un estilo visual Minnelli (forjado durante su etapa como diseñador en Broadway y sus trabajos para Arthur Freed en la MGM), y en esta película está presente desde el baile de apertura, pero dicho estilo encaja mejor en el género cómico, en el cine musical o en un drama como El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956) que en el melodrama de la familia Desnoyers, la rama en la que recae el protagonismo de Los cuatro jinetes del apocalipsis. Traslada a Francia tras el fallecimiento del patriarca Madariaga, los Desnoyers se rodean de lujo y de frivolidad, la misma frivolidad que caracteriza a Julio en las fiestas, en sus conquista amorosas y en su búsqueda del placer, motor de la filosofía vital inculcada por su abuelo y que él aplica en su presente, previo a su encuentro con Marguerite Laurier (Ingrid Thulin) y con los cuatro horrores desatados por la bestia de la guerra, que provocará los hechos que se suceden y que no le permiten permanecer al margen.



(1) Vincente Minnelli. Recuerdo muy bien. Autobiografía (I Remember It Well). Libertarias, Madrid, 1991


2 comentarios:

  1. Aquí, Minnelli hizo lo que pudo, aportando su exquisita sensibili­dad y elegante talento a un proyecto equivocado de partida. En efecto, él, con coherencia, quería mantener la acción en la guerra de 1914, frente al insensato cambio impuesto por la productora, a la II Guerra Mundial. Pese a la pérdida de sentido de muchos de los elementos de la historia, la cinta contiene, en cualquier caso, suficientes virtudes como para ser apreciada como un trabajo ciertamente interesante. Sobre todo, si nos olvidamos de la base literaria en que se inspira y la juzgamos como tal película. Estoy de acuerdo en lo que apuntas respecto al "miscasting" de la elección del casi siempre excelente Glenn Ford pero a todas luces inadecuado para el papel de Julio Denoyers.
    Una curiosidad: al sufrido Paul Henreid, desde "CASABLANCA", solían endilgarle con frecuencia papeles de marido cornudo y apaleado.

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    1. No había reparado en ese aspecto de los personajes de Henreid; pero, la verdad, sí que resulta curioso.

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