martes, 10 de julio de 2018

Adiós al rey (1989)


La penúltima aventura cinematográfica realizada por 
John Milius despide a las variantes del "rey" que se deja ver en la mayoría de los títulos que componen su breve filmografía como realizador. Son reyes sin corona, fuera de lugar y a contracorriente como el propio cineasta, pero reyes al fin y al cabo, aunque el único nombrado, y reconocido como tal, es Learoyd (Nick Nolte), el protagonista de Adiós al rey (Farewell to the King, 1989). Marginales y antisistema, estos "monarcas" son constantes en el cine de Milius y presentan el rasgo común de la violencia que los define. Pero en esta aventura antibelicista, el realizador ni la ensalza ni la expone como parte natural del personaje principal, como sí hizo en Dillinger (1973) o en Conan el bárbaro (Conan the Barbarian, 1982), pues, más allá de haber sido soldado durante los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial o de ser un desertor del ejército estadounidense, Learoyd es un pacifista subversivo que reniega del mundo en guerra para encontrar el propio, aquel que aboga por la vida y la libertad que disfruta en el paraje idílico, primitivo y alejado de la destrucción bélica que no tiene cabida en los primeros compases de la analepsis introducida por la voz del capitán Fairbourne (Nigel Havers). Este personaje ubica la acción en 1945, en una zona selvática de Borneo donde, previo a su llegada, la guerra es un eco en la distancia. El oficial británico recuerda desde su presente aquella misión pasada que consistía en incitar y preparar a las tribus nativas en la lucha contra los japoneses, sin contar con los deseos de los nativos, ajenos al conflicto, aunque no a su inminente amenaza. El interés del oficial (y el del propio Milius) por narrar la historia no reside en el conflicto bélico ni en las órdenes a cumplir. Se centra en la fascinación que personaje y realizador sienten hacia el estadounidense que ha renegado de su patria, de la civilización occidental y de las armas, aunque avanzado el metraje las emplee forzado por las circunstancias. En él encuentra a un hombre que escapó del horror y encontró su lugar entre esos nativos que, tras apresarlo y torturarlo, lo aceptaron como uno de ellos y lo convirtieron en su caudillo. La estancia del capitán entre los maruts provoca el choque entre dos culturas distantes, cuando no excluyentes, la una primitiva y en conexión con la naturaleza y la otra, la occidental, caracterizada por los prejuicios e intereses bélicos que no impiden la historia de amistad que domina en la pantalla, una historia que Fairbourne recuerda desde la admiración y la huella imborrable que el rey dejó en él.

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