martes, 12 de junio de 2018

La commare secca (1962)


Un año antes de su debut en la realización con La commare secca (1962), Bernardo Bertolucci participaba como ayudante de dirección de Pier Paolo Pasolini en Accatone (1961), la primera película del realizador-poeta. En ella Pasolini retomaba y trasladaba a la pantalla aspectos sociales de su novela Muchachos del arrollo (Ragazzi di vita) y algunos de esos aspectos asoman en La commare seca, cuyo origen se encuentra en un argumento del propio Pasolini, pero este declinó filmarlo y propuso que su joven ayudante lo trasladase a la pantalla. Desde aquel primer momento Bertolucci se distanciaba de la desgarradora, sucia y primitiva mirada pasoliniana de Accatone, aunque todavía conservaba las influencias heredadas, las mismas que irían desapareciendo a lo largo de sus siguientes películas y las mismas que en su ópera prima desvelan la presencia del poeta entre las intenciones personales y creativas de un cineasta novel consciente de su propia identidad artística. El joven Bertolucci irrumpía en el cine con la investigación del asesinato de una prostituta, pero el homicidio solo es el medio para introducir los testimonios que posibilitan el retrato social pretendido, testimonios que remiten a la sucesión de analepsis de Kurosawa en Rashomon (1950). Donde el cineasta japonés se adentraba en la interioridad humana y ¿el por qué de la mentira?, el futuro responsable de El último emperador (The Last Emperor, 1987) empleó las respuestas a las preguntas de un inquisidor invisible, aunque audible, para acceder a la realidad, por momentos subjetiva y distante del neorrealismo, de los suburbios romanos donde observamos la delincuencia juvenil, la prostitución y la miseria de espacios interiores y exteriores. Ahí se acaban las referencias pasolinianas y se impone el ágil recorrido que Bertolucci desarrolló a lo largo de seis confesiones de cinco personajes que deambulaban por el parque la noche del homicidio. Es indiferente que solo sean presencias circunstanciales o sospechosos, pues el realizador no pretende una intriga sino esbozar el entorno decadente donde habitan Canticchia (Francesco Ruinu), que se dedica a robar bolsos a las parejas que se esconden en el parque, Bostelli (Alfredo Leggi), que vive de las mujeres, o Pipino (Romano Labate), que engaña por su necesidad de dinero al homosexual (Silvio Laurenzi) que busca sexo y que hacia el final del metraje se descubre como testigo ocular del crimen investigado. Salvo este último, el resto de merodeadores del parque Paolino tienen en común su pertenencia a un sector social desfavorecido y sin vistas de mejora. Es en ese sector marginal donde reside el interés de La commare seca, en señalar sin ofrecer soluciones, en mostrar realidades e imposibles, porque, al igual que Pasolini en Acattone y Mamma Roma (1962), Bertolucci es consciente de la imposibilidad de ofrecer alternativas sinceras a los desarraigados que van asomando por la pantalla.

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