jueves, 7 de junio de 2018

La batalla del Río de la Plata (1956)

Ante la hipotética e indeseada declaración de guerra inglesa, la marina alemana envió los acorazados de bolsillo Deutschland y Graf Spee al norte y al sur del Atlántico con la orden de, una vez iniciadas las hostilidades, hundir los mercantes que abastecían las islas británicas. Con su movimiento naval, la kriegsmarine se adelantaba al más que probable bloqueo de sus salidas al mar del Norte y al Báltico, al tiempo que ubicaba en diferentes puntos estratégicos navíos cisterna que aprovisionarían barcos y submarinos sin necesidad de que estos regresaran a suelo alemán. Estallado el conflicto, aquella estrategia perjudicó seriamente a Gran Bretaña, cuya flota sufría las minas magnéticas y los constantes ataques de sumergibles U-Boote, de barcos corsarios y de tigres del mar, que impedían el abastecimiento marítimo desde las colonias británicas de ultramar. Este panorama queda establecido al inicio de La batalla del Río de la Plata (The Battle of the River Plate, 1956), cuya acción arranca con el hundimiento del Africa Schell, abatido por el Graf Spee, el tigre del mar camaleónico, rápido y manejable que ha mandado a pique miles de toneladas de naves ingleses que transportaban materias primas, alimentos, armas y otras mercancías que podrían desequilibrar la balanza de la contienda. La primera secuencia muestra al barco inglés ardiendo tras su encuentro con el acorazado capitaneado por Langsdorff (Peter Finch), que recibe a su homólogo británico (Bernard Lee), y único superviviente del navío hundido, desde el respeto de encontrase ante su igual. A él se dirige con cortesía y respeto, comentándole que la guerra y las órdenes de <<hundir barcos mercantes, sin entrar en combate>> lo obligan a realizar acciones que le desagradan, aunque menos agradan a la marina británica. Amenazada su supremacía marítima, la armada inglesa envía tras el Graf Spee a los cruceros Ajax, Exeter y Achilles, produciéndose la batalla naval que cierra el primer bloque del film, aquel que se desarrolla en alta mar. Pero ni esta primera parte ni el posterior desarrollo de la acción en los despachos y calles de Montevideo alcanzan los logros visuales y rítmicos de otras producciones bélicas de Michael Powell y Emerich Pressburger. En su intento de reconstruir con exactitud los hechos narrados, la película pierde interés y, a medida que transcurren los minutos, ni la batalla naval ni la diplomacia que la releva conectan con el público, quizá porque, como escribió Llorenç Esteve en su estudio sobre la pareja de cineastas, <<podemos enmarcar La batalla del río de la Plata en un tipo de cine de género bien realizado, espectacular, pero sumamente frío, sin alma, sin personalidad definida>>*. La supuesta tensión que viven tanto los militares como los diplomáticos se ve lastrada por la desidia o desinterés de Powell y Pressburger, dos cineastas que en esta ocasión se conformaron con desarrollar la lucha naval y las intrigas sin asumir riesgos visuales, dejando que la narrativa convencional y los estereotipos marcasen el ritmo de cuanto se observa en la pantalla. Tampoco juega a favor de la película su búsqueda de protagonismo coral, ni que dicha coralidad dificulte que el espectador simpatice con algún personaje, alguien en quien individualizar o en quien concretar los espacios y los hechos que sí llaman la atención de los hombres y mujeres que se reúnen en el puerto uruguayo y de aquellos miles que escuchan los comentarios radiofónicos de Mike Fowler (Lionel Murton), que retransmite las reparaciones y el ultimátum al barco alemán cual acontecimiento deportivo.

*Llorenç Esteve. Michael Powell y Emeric Pressburger. Ediciones Cátedra, Madrid, 2002

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