viernes, 1 de junio de 2018

Holocausto (1978)


<<Si (¡otro si!, pero ¿cómo resistirse a la fascinación de los caminos que se bifurcan?), si los alemanes anómalos, capaces de ese modesto valor, hubieran sido más numerosos, la historia de entonces y la geografía de hoy hubiesen sido diferentes.>>

Primo Levi: Los hundidos y los salvados.

La Historia nos habla de hechos, señala algunas causas y consecuencias, pero no suele detenerse en los “si” condicionales que pudieron cambiarlos; no es su función. Son "síes" sin tilde que habrían transformado los sucesos históricos en otros distintos. Son "síes" que, desde la distancia que concede el paso del tiempo, suelen apuntar errores o azares, “síes” del estilo del comentado por Levi, testigo, víctima y superviviente, o del tipo si el tratado de Versalles no hubiera sido tan desmedido en su afán de castigar y humillar a los vencidos, si la bala que rozó a Hitler durante el Putsch de Múnich en 1923 no hubiera errado, si su inmediata condena no hubiera sido reducida a nueve meses de prisión, si la especulación y el endeudamiento no hubieran conllevado el crac bursátil de 1929 y la terrible depresión económica a escala mundial que lo siguió, si los grandes magnates industriales alemanes no hubieran interpretado la presencia comunista como una amenaza a sus fortunas, si parte de la población no hubiera callado y aceptado la falsa promesa de alcanzar un bienestar ficticio e inmediato, si los aliados, guardianes de las sanciones versallescas, no hubiesen asumido la pasividad frente a un rearme prohibido o ante la militarización de Renania y la anexion de Austria y Sudetes, y otras condiciones que, de haber dejado su tiempo hipotético, habrían impedido el horror y que los monstruos que lo llevaron a cabo cobrasen forma real. Los Hitler, Heydrich, Goebbels, Bormann, Göring o Himmler y tantos otros fanáticos y arribistas ambiciosos lograron existir tal como pasaron a la historia porque ninguna de las anteriores condiciones se cumplió, ni otras que habrían frenado su desmedido afán de poder y la locura de algunos, el acatamiento de otros y el silencio de muchos. Los “si” condicionales, los que no se convierten en hechos, son humo que se pierde en el firmamento, pero su inexistencia no evita las múltiples preguntas que, sin respuesta o con numerosas, apuntan errores sobre los que reflexionar y así evitar que se repitan, aunque la realidad nos demuestra que apenas aprendemos de las experiencias sufridas: <<Contrariamente, sea cual fuere el castigo, tan pronto un delito ha hecho su primera aparición en la historia, su repetición se convierte en una posibilidad mucho más probable que su primera aparición.>> (Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén)


<<Los primeros, los que habían salido de Alemania con más premura, aún habían podido salvar la ropa, las maletas, y los enseres de la casa y muchos incluso algún dinero. Pero cuanto más tiempo habían confiado en Alemania, cuanto más les había costado desprenderse de su amada patria, más severamente habían sido castigados. Primero les quitaron la profesión, les prohibieron la entrada en los teatros, cines y museos, y a los investigadores, el acceso a las bibliotecas: seguían allí por fidelidad o pereza, por cobardía u orgullo. Preferían ser humillados en su patria a humillarse como pordioseros en el extranjero. Luego se les privó del personal de servicio y se les quitó las radios y los teléfonos de las viviendas: después, las viviendas mismas; a continuación se les obligó a llevar pegada la estrella de David, para que todo el mundo los reconociera, los evitara y escarneciera en la calle como a leprosos, expulsados y proscritos. Se les privó de todos los derechos, se ejerció sobre ellos con sadismo toda clase de violencia física y psíquica…>>

Stefan Zweig: El mundo de ayer.


La descripción realizada por Zweig en sus memorias coincide con los primeros compases de Holocausto (Holocaust, 1978), aquellos en los que todavía los judíos no han sido encerrados en los campos de exterminio ni “la solución final” ha sido tomada. Eso se verá a medida que avanza esta serie de televisión, la primera en abordar de forma directa los sucesos en los infiernos nazis, que nos acerca aquel horror, aquellas víctimas y aquellos monstruos que no habitaron en las pesadillas sino en la realidad, la que Marvin J. Chomsky expone a lo largo de cinco episodios —aproximadamente, de hora y media de duración— que detallan el padecimiento de la ficticia familia Weiss, un núcleo familiar alemán de origen judío que podría representar a cualquier familia hebrea alemana de la época (desde 1935 hasta la caída del nacionalsocialismo). Escrita por Gerald Green y dirigida por Chomsky, esta afamada mini-serie aportó al medio televisivo calidad, prestigio y el impacto que conlleva acompañar a los Weiss en su trágica historia, la cual se inicia en abril de 1935, en un momento de alegría: la boda de Karl Weiss (James Woods) e Inga Helm (Meryl Streep).

Las leyes raciales, la propaganda antisemita de Goebbels, la noche de los cristales rotos, la reticencia de los hebreos alemanes a creer lo impensable —porque en los peores momentos nos aferramos más que nunca a la esperanza, aunque todo apunte lo contrario—, la eliminación de los considerados no aptos, las deportaciones a Polonia, el alzamiento del gueto de Varsovia, la lucha de los partisanos ucranianos o los campos de exterminio van asomando por la pantalla al tiempo que se confirma la desintegración de un núcleo unido que pasa de la calma y el amor a sufrir la tempestad de muerte desatada por los nazis. Pero Holocausto no solo pretende recrear la realidad, sino hacer hincapié en el terror del que fueron víctimas millones de seres humanos ante la indiferencia generalizada —salvo aquellos excepcionales que tuvieron compasión y no callaron ni miraron hacia otro lado— y la ambición de quienes, como los arribistas Erik Dorf (Michael Moriarty) y Marta Dorf (Deborah Norton), lo consintieron y apoyaron porque vieron su oportunidad de medrar a costa de millones que, como el doctor Weiss (Fritz Weaver) y Berta Weiss (Rosemary Harris), no encontrarían explicación lógica al crimen de Estado que les robó sus vidas ni a la indiferencia de quienes nada hicieron, siquiera un gesto compasivo.


<<La venganza no me interesaba; me había sentido íntimamente satisfecho con la (simbólica, incompleta, parcial) sagrada representación de Nuremberg y me parecía bien que en las justísimas condenas hubiesen pensado otros, los profesionales. A mí me correspondía entender, comprender. No al puñado de los grandes culpables sino a ellos, al pueblo, a quienes había visto de cerca, a aquellos entre los cuales se reclutaban los militantes de las SS, y también a los otros que habían creído, o que no creyendo habían callado, que no habían tenido el mínimo valor de mirarnos a los ojos, de arrojarnos un pedazo de pan, de murmurar una palabra humana.>>

Primo Levi: “Los hundidos y los salvados”



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