viernes, 15 de junio de 2018

El techo (1956)


La función de los cineastas no es la de aportar soluciones a los problemas sociales, eso en teoría nos corresponde a todos, pero existen algunos que emplearon o emplean sus películas para señalar injusticias, aunque, más que señalarlas, las denuncian. Entre estos creadores combativos sobresalieron las figuras de
Vittorio de Sica y Cesare Zavattini, dos de los miembros más destacados de aquel efímero e inolvidable neorrealismo italiano que sorprendió en la inmediata posguerra. Aunque el tiempo de aquel movimiento había pasado cuando se realizó El techo (Il Tetto, 1956), realizador y guionista no habían olvidado las intenciones que les llevó a formar parte activa y fundamental del mismo. De modo que su humanismo y su ética recobraron fuerza en esta película que podría considerarse neorrealismo tardío, pero, alejándonos de etiquetas y entrando de lleno en el posicionamiento moral de la pareja, fue el directo de De Sica y Zavattini en la cara de quienes en lugar de asumir las responsabilidades que les correspondía se lavaban las manos. Así, pues, ambos amigos continuaron batallando al lado de los desfavorecidos planteando un problema que ni entonces ni ahora parece encontrar solución. No solo tratan de mostrar la imposibilidad de conseguir un hogar digno, sino de continuar llamando la atención sobre las injusticias que forman parte de la cotidianidad. Esta llamada moral del dúo, cuyo postulado humanista y humanitario, más que “neorrealista”, denuncia las míseras condiciones a las que se ven expuestos sus personajes, también señala el enfrentamiento entre la insolidaridad y la solidaridad que conviven y se suceden en un espacio humano y urbano donde, a pesar del auge inmobiliario que se observa, el joven matrimonio protagonista no tiene opción a una vivienda, salvo que ellos mismos la construyan incumpliendo la normativa local, porque sus ingresos apenas alcanzan para aportar algo a la precariedad familiar donde inician su vida común y común a los otros ocho miembros de la familia de Natale (Giorgio Listuzzi).


<<¿Por qué tenemos que pelearnos siempre entre nosotros, los pobres>>, se escucha cuando Luisa (
Gabriella Pallotti) y Natale abandonan la casa de los padres de este en pos de su independencia, de su espacio y de su propia existencia. Esa pregunta no obtiene respuesta, como tampoco la tiene por qué el sistema no contempla las necesidades del individuo a quien al tiempo que promete bienestar se lo niega. Quizá alguien justifique al orden establecido y diga que este se debe a la búsqueda del bienestar general, y nadie lo negaría, pero ¿quién puede justificar que se excluya a un sector numeroso que engloba a hombres y mujeres como los miembros de la pareja desprotegida de El techo? Esta es la denuncia planteada por Vittorio y Cesare, dos irrepetibles del cine italiano que elevaron sus intenciones cinematográficas al plano moral desde donde se posicionaron contra las injusticias que, como tales, denigran al ser humano y los condena a la marginalidad que se observa en los dos suburbios donde Natale y Luisa pretenden levantar su chabola, la cual significa más que el techo y sus cuatro paredes levantadas en una única noche (y así evitar que las ordenanzas exijan su derribo), significa  sentir el rayo de esperanza con el que concluye el film, una esperanza que no contempla ni exige más lujo que vivir con una mínima dignidad.

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