lunes, 22 de enero de 2018

La notte brava (1959)



La primera novela de 
Pier Paolo PasoliniChavales del arroyo (Ragazzi di vita, 1955), narra momentos puntuales de la vida del Ricceto y de otros muchachos que crecieron durante la guerra y la posguerra en barriadas del extrarradio romano. Su presente es la suma del desapego, del hambre, de los hurtos, de su negativa a trabajar y de su afán por disfrutar el momento, a pesar de la precariedad, de la ruptura familiar y de otras circunstancias que conlleva el instante vital que viven sin plantearse más opciones que deambular por el espacio donde, entre delitos varios y amistades efímeras, holgazanean a diario. Estos muchachos no solo habitan la muy recomendable novela de Pasolini, por aquel entonces autor de una obra poética y ensayística que ya delataba la intención de comprender y mostrar, de acercar y despertar conciencias que también caracteriza su cine. Su debut en la dirección en Accatone (1961), la posterior Mamma Roma (1962) y, en su faceta de guionista para Mauro BologniniLa notte brava (1959) y La giornata balorda (1960), nos muestran a esos ragazzi di vita con quienes simpatiza el autor de El evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Mateo, 1964) y la marginalidad de los suburbios romanos donde, atrapados, vaguean saboreando el momento, aunque en Pasolini lo hacen desde el personal estilo visual del cineasta-poeta, un cine de rostros, de vida y de ruptura, mientras, en Bolognini el aspecto formal se estiliza para dar forma a un realismo que, más allá del espacio, de las prostitutas y de los golfos que por él se dejan ver, poco o nada tiene que ver con la decadencia y marginalidad extremas de Accatone y Mamma Roma.


Durante un día y una noche, 
La notte brava sigue a Ruggero (Laurent Terzieff) y Scintillone (Jean-Claude Brialy), los dos ragazzi di vita que, al inicio del film, buscan un comprador para los cuatro fusiles que han robado. Para ello se asocian con Bellabella (Franco Interlenghi), otro muchacho que, al igual que ellos, pretende sacar tajada, como también lo pretenden Anna (Elsa Martinelli) y Supplizia (Antonella Lualdi), las dos prostitutas, a las que se sumará Nicoletta (Anna Maria Ferrero), a quienes descubrimos en un primer momento haciendo la calle, discutiendo y rivalizando entre ellas. Cumplido su propósito, el trío de pícaros se divierte a costa de esas tres mujeres a quienes no dudan en abandonar en un descampado, sin ser conscientes de que ellas les han robado las cien mil liras de la venta de las armas. De nuevo, sin un billete en los bolsillos, los chavales del arroyo deambulan de aquí para allá, buscando sin éxito a quienes los han engañado, recorriendo la nocturnidad romana, sus locales o las calles donde se produce su encuentro con Achille (Tomas Milian) y sus amigos, chicos bien de la burguesía romana con quienes pasan parte de la noche. Tras este encuentro, La notte brava centra su atención en Ruggero y en Scintillone, de quienes ya sabemos que nada tienen que perder, porque nada tienen, salvo el momento, el cual viven sin límites ni condicionantes, ni siquiera la amistad que el segundo traiciona por la promesa de diversión que observa en el dinero que Bellabella ha substraído a Achille, y que el Ruggeretto se empeña en devolver a su dueño porque asume que se ha enamorado de Laura (Myléne Demongeot), la hermana de aquel. Este instante de ruptura entre los amigos provoca que la película se bifurque. Por un lado sigue la evolución de Scintillone, en su intención de disfrutar de una velada con Rosanna (Rosanna Schiaffino), en una noche de lujo que le permitiría la sensación de triunfo, la de ser alguien, sin embargo solo consigue la frustración y su posterior encarcelamiento. Por otra parte, observamos a Ruggero, buscando a su amigo para saldar deudas, no obstante, cuando se produce el rencuentro, el primero está siendo arrestado por la policía y el segundo es quien acaba disfrutando de la compañía de Rosanna (quien, buscando vivir, no encuentra inconveniente en cambiar a uno por otro) hasta la llegada del alba y el regreso a la barriada donde el golfo comprueba que todavía le queda un billete, que arruga y tira para confirmarnos su filosofía vital y el inicio de una nueva jornada, que sería similar a la retratada por Bolognini a lo largo de los minutos de su película.

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