jueves, 21 de diciembre de 2017

El enemigo de las rubias (1927)



Ignoro si por desconocimiento, por olvido o por desinterés, pero cuando escucho a alguien hablar sobre el cine de Alfred Hitchcock suele referirse a sus películas estadounidenses, como si solo existieran estas. Una pena que se pase por alto su etapa británica, porque el cineasta ya contaba con una filmografía rica y extensa antes de llegar a Hollywood, más de una veintena de títulos entre los que se pueden encontrar los espléndidos 
El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much; 1934), Treinta y nueve escalones (The 39 Steps, 1935), Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) o, en su periodo mudo, El enemigo de las rubias (The Lodger, 1927). Esta última, la primera película en la que predomina el suspense hitchcockiano en estado puro, se presenta en la niebla londinense donde se observa el primer plano del rostro de una mujer que, aterrorizada, grita antes de convertirse en la séptima víctima del asesino que, inspirado en Jack el destripador, firma sus crímenes con el apodo "el vengador". La prensa escrita y la radio informan del asesinato, lo cual nos permite comprender que solo asesina chicas rubias y que los lectores y oyentes viven en un constante estado de pánico que poco después se individualiza en la casa de huéspedes a donde llega un nuevo inquilino (Ivor Novello), cuyo extraño comportamiento acabará por levantar las sospechas de la anfitriona (Marie Autt) y, con las de esta, las de su marido (Arthur Chesney), no así de la hija de ambos, pues Daisy (June Trapp) se enamora del recién llegado.


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The Lodger fue el primer auténtico "Hitchcock picture">>, afirmó su realizador a François Truffaut en El cine según Hitchcock, y como "película Hitchcock" desarrolla las características que irían dando forma al cine del director británico, tanto en su etapa inglesa como en la estadounidense. A lo largo de su metraje se dejan ver la inventiva visual del cineasta, la rubia hitchcockiana, el falso culpable, la figura de la madre, aunque menos controladora que otras posteriores, el romance que se complica, las falsas apariencias o la amenazadora presencia de la policía, en Joe (Malcolm Keen), el detective enamorado de Daisy y celoso de su rival. Todo ello da lugar a la primera obra maestra de un realizador que juega con las apariencias, señalando circunstancias que apuntan al inquilino como el culpable de los homicidios, lo cual no solo genera la sospecha en la mente de la madre de Daisy, cuando aquella descubre las extrañas salidas nocturnas del primer falso culpable del cine de Hitchcock, también lo hace en la del público, que, por aquel entonces, desconocedor de las intenciones del director, encuentra elementos que apuntan hacia la culpabilidad de alguien que actúa de modo extraño y que resulta perturbador desde que se produce su aparición en la puerta de la pensión donde se desarrolla la mayor parte de esta producción de Michael Balcon, otro de los nombres indispensables de la cinematografía británica.

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