miércoles, 1 de noviembre de 2017

El autoestopista (1953)

Antes de hablar de El Autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953) y de su responsable, Ida Lupino, quiero hacerlo del estudio cinematográfico que la distribuyó en las salas comerciales. Fundada en 1928, de la fusión de tres compañías, RKO Radio Pictures fue la más atípica, cosmopolita y heterogénea de las majors del Hollywood dorado. Lo mismo producía la aventura fantástica King Kong (Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933), la atrevida Cautivo del deseo (Of Human Bondage; John Cromwell, 1934), el musical Sombrero de copa (Tap Hat; Mark Sandrich, 1935), la fordiana El delator (The Informer; John Ford, 1935), la magistral (e incomprendida) comedia La fiera de mi niña (Bringing Up Baby; Howard Hawks, 1938), como permitía a un debutante sacar adelante el conflictivo rodaje de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941) y poco después reventaba su montaje de El cuarto mandamiento (The Magnificent AmbersonsOrson Welles, 1941), daba luz verde (poco tiempo y pocos billetes) a Val Lewton para producir su mítico ciclo de terror, se decantaba por las luces y sombras en las excepcionales Retorno al pasado (Out of the Past; Jacques Tourneur, 1947) y Encrucijada de odios (Crossfire; Edward Dmytryk, 1947) o distribuía títulos independientes como El autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953), filme producido por la compañía de Collier Young e Ida Lupino y dirigida por esta última. En definitiva, RKO fue un estudio irrepetible que por derecho propio forma parte de la historia del cine, como también forma parte Lupino, tanto por su faceta de actriz como por la menos conocida de cineasta. Años antes de su debut en la dirección de largometrajes con Not Wanted (1949), la actriz había trabajado en Paramount y en Warner, pero, tras desvincularse de este último estudio, apostó por su independencia y decidió compaginar su presencia delante de la cámara con su breve e interesante carrera tras ella, breve por la falta de éxito comercial que precipitó el cierre de su productora y la ausencia de financiación para nuevos proyectos. Esto no debe llevar a engaño, pues vistas sus películas queda claro que estaba capacitada para la dirección (más que muchos de sus contemporáneos masculinos) y, quizá, si hubiera contado con una mejor distribución, presupuestos menos ajustados, mayor apoyo promocional y con alguna estrella de renombre en sus repartos, la recepción popular habría sido distinta. En varios de sus largometrajes también mostró su interés por el cine negro, un género que conocía a la perfección gracias a sus interpretaciones en Pasión ciega (The Drive by NightRaoul Walsh, 1940), El último refugio (High SierraRaoul Walsh, 1941), Out of the Fog (Anatole Litvak, 1941), El parador en el camino (Road House; Jean Negulesco, 1948) o La casa en la sombra (On Dangerous Ground; Nicholas Ray, 1951). Estos son algunos filmes noir protagonizados por la actriz-cineasta, la segunda mujer en formar parte del sindicato de directores DGA (Director's Guild of America), la primera fue Dorothy Arzner. Pero en El autoestopista no aparece delante de la cámara, sino tras ella, haciendo gala de una narrativa precisa que pretende dotar de realismo las imágenes de la película. Coescrita al lado de su ex-marido Collier Young, con quien había trabajado en Never Fear (1949) y en Ultraje (Outrage, 1950), El autoestopista se disfruta como lo que es: un sobrio, modesto, pero acertado y contundente thriller de carretera de apenas setenta minutos de duración. Su introducción nos anuncia que vamos a ver <<la historia real de un hombre y una pistola y un coche...>>, aunque, en realidad, lo que vemos es el viaje al terror de dos amigos encañonados por el revólver del psicópata que recogen en una carretera solitaria, sin saber que se trata de Emmett Myers (William Talman), el autoestopista que la policía busca por múltiples asesinatos. Con su pistola en mano, Myers no tarda en hacerles saber quién es. Los atemoriza y amenaza para que lo conduzcan hasta Baja California, donde piensa tomar el ferry que cruza el golfo que lo separa de su propósito de poner tierra de por medio entre él y sus perseguidores. En todo momento Gilbert Bowen (Frank Lovejoy) y Roy Collins (Edmond O'Brien) comprenden su situación: escuchan en la radio la peligrosidad de su acompañante, lo observan actuar en cada parada y sus palabras despejan cualquier duda. Son conscientes de que es cuestión de tiempo que el asesino se deshaga de ellos, aunque tienen complicado escapar de quien duerme con un ojo abierto y quien no duda en mostrar su violencia durante la huida por las carreteras desérticas y pueblos polvorientos que los acercan al final (de la película).

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