martes, 10 de octubre de 2017

War Horse (Caballo de batalla) (2011)


No es necesario pensar demasiado para encontrar en  Winchester 73 (Anthony Mann, 1950) un excelente ejemplo de una película de recorrido circular. En ella se toma como eje de giro un rifle que pasa de mano en mano hasta regresar a las de su legítimo propietario, una vez resueltas las diferencias entre sus antagonistas. Esta circunferencia espacial y humana traza su longitud uniendo los diversos personajes y los distintos escenarios naturales por donde transita una historia magistralmente narrada por Mann. Algo similar intentó Steven Spielberg en War Horse (2011), una película que, aunque menos redonda que el western de Anthony Mann, presenta un emotivo recorrido circular que encuentra su centro de revolución en Joey, un caballo nacido en los campos de Devon (Inglaterra) que abandona, como consecuencia de la Gran Guerra, para regresar tiempo después y cerrar su aventura. Durante el periplo que separa ambos momentos, Spielberg combinó melodrama rural, épica, aventura y bélico mientras su protagonista pasa de mano en mano hasta volver al punto de partida, sin embargo, para entonces, muchas cosas han sucedido y tanto el caballo como Albert Narracott (Jeremy Levine), el joven que lo cría en tierras inglesas, han sufrido la soledad y el contacto con el espacio bélico donde se produce su reencuentro cuatro años después de su separación. Las primeras imágenes de War Horse abarcan la campiña para llegar hasta el prado donde una yegua alumbra al potrillo que Albert, presenciando el nacimiento desde la distancia, bautizará Joey. En ese instante, la cámara realiza un primer plano del rostro del muchacho y también del potro para enfatizar el lazo de amistad que se forjará después de que Narracott padre (Peter Mullan) compre la montura en la subasta donde gasta el alquiler de la granja. Ante la contrariedad de su madre (Emily Watson) y la impotencia paterna, Albert da un paso adelante y se responsabiliza de su nuevo amigo, entregándole parte de su tiempo. Habla con él, lo acaricia, lo educa, que no adiestra, e intenta pasar por las mismas experiencias y así ganarse el afecto que les une más allá de la distancia que los separa cuando, al estallar el conflicto europeo, Joey pasa a manos del capitán Nicholls (Tom Hiddleston).


Pesa a que intenta cumplir su promesa de cuidarlo, el oficial no puede devolverlo a su hogar porque forma parte de la inútil carga de la caballería británica que ataca un campamento alemán. Inútil porque no se trata de una guerra tradicional ni convencional, sino de una que rompe cualquier concepto establecido hasta entonces. La aparición de ametralladoras, trincheras, gas, carros de combate, kilómetros de alambrada (como el que acorrala a la montura), son pruebas suficientes para afirmar que se trata de un nuevo tipo de conflicto armado, más brutal y sangriento que las anteriores. De modo que nadie escapa de un conflicto que
Spielberg muestra a través de las experiencias del caballo, unas experiencias que transitan por ambos bandos enfrentados y también por un paréntesis civil que llega después del fusilamiento de Michael (Leonard Carow) y Gunther (David Kross) Schroeder, quien rescata a su hermano de las filas de la muerte para huir montados sobre los dos caballos que la pequeña Emily (Celine Buckens) encuentra en su molino. Las infantiles manos de la niña, bajo la protectora tutela de su abuelo (Niels Arestrup), se hacen cargo de las monturas, abriéndose ante ellos una tranquilidad que provoca la ilusión de un pacífico inicio, pues se descubre en Emily a alguien similar a Albert, aunque en ella no se puede cerrar el círculo. La historia de Joey continúa para adentrarse en los campos embarrados y sangrientos donde sirve de animal de tiro y los hombres perecen sin remedio. Él es testigo y víctima de la guerra de los hombres y, desde su presencia, el caos llega al público, también el sufrimiento y las emociones de soldados que se igualan en una escena que, en un primer momento semeja inspirada en una secuencia de la magistral La Gran Guerra (La Grande Guerra; Mario Monicelli, 1959). En ese espacio espectral, dos soldados de bandos distintos se muestran iguales en su cansancio vital y en su necesidad de ayudar a un caballo que uno de ellos califica de <<extraordinario>>. Y lo es, gracias al coraje y a la generosidad que lo definen durante el épico y dramático recorrido circular que protagoniza mientras sobrevive a la espera de regresar a su familia y a su hogar.

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