viernes, 13 de octubre de 2017

El fantasma y doña Juanita (1944)


Enamorado y superado por el temor a revelar su humilde procedencia, el oficinista interpretado por Antonio Casal 
en Huella de luz (1942) asume una identidad falsa para conquistar el amor de la joven acomodada a quien dio vida Isabel de Pomés. Lo mismo sucede con su payaso en El fantasma y doña Juanita (1944), cuando conoce a Juanita (Mary Delgado) y decide hacerse pasar por contable, pero la diferencia fundamental entre ambos personajes reside en que el primero logra confesar su mentira, mientras que el segundo no tiene la oportunidad de hacerlo y acaba su existencia convertido en el espectro que vive en la memoria de la Juanita (Camino Garrigó) del presente, durante el cual se desarrollan los primeros y últimos minutos de la película. Entremedias, las imágenes nos llevan al pasado que doña Juanita desvela a su sobrina Rosita (Mary Delgado), haciéndole participe de la huella imborrable y dolorosa que el amor perdido dejó en ella. Su confesión es consecuencia de la noticia que aparece en los ecos de sociedad del periódico que abre el filme (que informa del inminente enlace entre Rosita y un rico vecino del lugar) y de la presencia juvenil que corteja a su sobrina en el jardín donde la anciana los sorprende. En ese instante comprende que el compromiso matrimonial no es fruto del amor, sino de la devoción y del cariño que empujan a la muchacha hacia una existencia insatisfactoria, pero que permitiría aliviar la precaria situación económica familiar. Para evitar que su sobrina cometa una torpeza, que conllevaría un vacío similar al que ella siente desde su lejana juventud, la tía evoca su romántico y breve encuentro con Antonio Ruiz (Antonio Casal), un muchacho que dijo trabajar de contable para el circo que tantos años atrás levantó su carpa en Villa Clara. El recuerdo desentierra hechos de los que la protagonista femenina fue testigo, también otros ajenos a los que no tuvo acceso, pero que descubren el día a día de una troupe circense que pretende llenar la pista y su necesitado estómago ofreciendo acrobacias, números cómicos, que pocas risas provocan, animales que en ocasiones no son los anunciados o una diva que apenas atrae la atención del escaso público que tampoco se ríe con las bromas del payaso Tony. Desmaquillado y vestido de calle, el clown corteja a la joven Juanita escudado en la mentira que esconde una pobreza similar a la de Octavio Saldaña en Huella de luz. Y como aquel, el melancólico payaso asume el engaño, fruto de la vergüenza y del temor, para evitar confesar su triste realidad: la de ser un payaso solo admirado y querido por su mona, pues a nadie más hacen gracia sus bromas y nadie a su alrededor parece tenerlo en cuenta. Más allá del protagonismo de Juanita, narradora de los hechos, el personaje interpretado por Casal se convierte en el centro de la tragicómica historia que Rafael Gil ofreció en El fantasma y doña Juanita, una comedia dramática o un melodrama con toques cómicos que entremezcla la cotidianidad y tradición de una localidad en fiestas, con sus habladurías, su noria y sus verbenas, y la vida circense de la que forma parte ese falso contable, emotivo payaso, evocado y perdido por una mujer que aun pasados los años no ha podido superar aquella emoción que en el presente descubre en su sobrina.

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