lunes, 28 de agosto de 2017

Todo el oro del mundo (1961)



Todo el oro del mundo no vale lo que una buena salud, pero vender buena salud sí podría valer una enorme cantidad de oro. Dicha posibilidad, certeza si cabe, debido al constante estrés que aqueja a la sociedad urbana y moderna mostrada en las primeras secuencias de Todo el oro del mundo (Tout l'or du monde, 1961), fluye en la mente de los promotores urbanísticos caricaturizados por René Clair en esta sátira que encuentra su punto de arranque en la construcción del lujoso complejo residencial que amenaza con transformar Cabosse, un apacible pueblo donde la naturaleza y la tranquilidad se combinan para formar parte de una cotidianidad que, sin prisa ni “necesidades” superfluas e impuestas, desaparecerá cuando los casinos, balnearios, centros comerciales y otros grandes edificios, proyectados por Victor Hardy (Philipe Noiret) y su constructora, dejen de ser a escala y adquieran su tamaño real. Aunque no alcance la brillantez de otros títulos filmados por Clair, Todo el oro del mundo sí es una comedia corrosiva que presenta una visión burlesca de la especulación urbanística, del sensacionalismo de los medios de comunicación y de la artificiosa búsqueda de la salud perdida por parte de una sociedad superada por las necesidades que ella misma ha generado entre los individuos que la forman. El tono burlesco, característico en la comedias de Clair, tras sus inicios vanguardistas, delata su predilección por satirizar a la burguesía en Un sombrero de paja de Italia (Un chapeau de paille d'Italie, 1928) o a los espacios deshumanizados en la excelente ¡Viva la libertad! (A nous la liberté!, 1931). Este tono, que reaparecería con mayor o menor acierto a lo largo de su filmografía, se encuentra presente en cada secuencia de Todo el oro del mundo, comedia que el cineasta francés rodó hacia el final de su carrera profesional.


Sin el menor rubor y con evidente soltura, Clair satirizó el enfrentamiento entre el medio urbano y el rural, entre la sencillez campestre que, rozando lo grotesco, representó en Domunt padre e hijo (ambos interpretados por Bourvil) y el progreso tras el cual se esconde la ambición de Hardy, que ve cómo sus lucrativos planes de construir el espacio residencial "Largavida" chocan con la constante negativa del testarudo Mathieu Domunt a vender los terrenos vitales para el éxito de la saludable (para las arcas de los constructores) urbanización. Las primeras secuencias de Todo el oro del mundo heredan del cine mudo el silencio y su ritmo acelerado, así se expone un ambiente urbano dominado por la incapacidad de disfrutar el momento. En estas breves secuencias se observan vehículos y más vehículos, también a sus pasajeros y pasajeras, que discuten sin tregua antes de que la acción se olvide de ellos y se ubique en un entorno contrario, donde la paz y la tranquilidad son las notas predominantes. Pero este espacio apacible no tardará en dejar de serlo, ya que se transforma en el centro del conflicto que estalla a raíz de que Mathieu Domunt se niegue a firmar la venta de sus tierras porque antes quiere consultar a su hijo Toine, su heredero y máximo exponente de la ingenuidad campestre, a quien ha enviado a la montaña con su rebaño de ovejas. La ausencia, habitual para el propietario y para su vástago, contraría a Hardy, pues su proyecto y su fortuna dependen de la adquisición del terreno de los Domunt, donde se ubica la fuente que el empresario ha publicitado como milagrosa. Con la aparición en pantalla de Toine, la lucha entre contrarios se desata en varios frentes cómicos: entre padre e hijo, entre la ciudad y el campo o entre la sencillez de Rose (Annie Fratellini) y la artificiosa imagen de Stella (Colette Castel), la famosa cantante que, emparejada con un actor (Michel Modo) a quien solo le importa que la foto de su mujer no ocupe mayor espacio que la suya en las páginas de periódicos y revistas sensacionalistas, no ve con malos ojos un poco de publicidad que beneficie a su carrera. Pero, quizá, el choque que más le interesó a René Clair fue el que opone la inocencia de Toine con el comportamiento de la prensa y de Hardy, capaces de todo (mentir, adular, inventar idilios, dar vida a un falso espíritu, patear el trasero de los empleados, convertir al ingenuo pueblerino en una celebridad,...) con tal de lograr sus propósitos, aunque estos impliquen la definitiva pérdida de salud del ambicioso promotor.

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