jueves, 15 de junio de 2017

Dama por un día (1933)



Su primera versión del cuento de hadas de Annie Manzanas confirmaba a Frank Capra como uno de los cineastas favoritos entre el público estadounidense. Sus comedias transmitían buenas intenciones y la ilusión que muchos no encontraban en la vida real, marcada por la Gran Depresión. Pero el humor amable y bienintencionado de Capra no parecía satisfacer el gusto de los miembros de la Academia que, considerando el drama superior a la comedia, elegían a los premiados basándose en intereses que a menudo no tenían en cuenta la calidad de las películas. Para el cineasta, Dama por un día (Lady for a Day, 1933) resultó algo más que un nuevo éxito —que hacía olvidar la indiferencia comercial obtenida por su anterior película, La amargura del general Yen (The Bitter Tea of General Yen, 1932)—, ya que implicó el inicio de su idilio con los Oscar, al obtener su primera nominación al mejor director y a la mejor película de la temporada, aunque aún tendría que aguardar un año para alzarse con ambos premios por su comedia de carretera Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934). Aparte de lo anecdótico, la transformación de Annie Manzanas (May Robson) ejemplifica la maestría de Capra a la hora de manejar situaciones donde se citan múltiples personajes, una característica que, en menor o mayor medida, se repite a lo largo de su filmografía. Esta coralidad se observa en la pérdida de protagonismo de la vendedora callejera, que asume un rol cercano al de cenicienta, o de Dave el dandi (Warren William), que se ve obligado a hacer las veces de hada madrina, en beneficio de Happy (Ned Sparks) y su constante negación, el "juez" Henry D. Blake (Guy Kibee), su oratoria y su destreza en el billar, Shakespeare (Nad Pendleton), cuyo apodo no hace sino enfatizar su falta de lucidez, el inspector MacCreary (Robert Emmett O'Connor) y la cadena de intereses de la que forma parte intermedia, el mayordomo (Halliwell Hobbes) y tantos otros personajes que, con su presencia, sus frases o sus comportamientos, generan la comicidad que envuelve la metamorfosis de la anciana vendedora callejera en dama de la alta sociedad.


Inicialmente, la transformación de Annie se debe más a la necesidad del dandi, la de retener la suerte que representa en las manzanas de la vendedora, que a su gran corazón. De hecho, en los compases iniciales quiere desentenderse, pero las circunstancias lo obligan a aparcar su egoísmo, el cual se diluye a medida que el enredo lo engulle para que continúe apadrinando a la desfavorecida que, gracias a la intervención de su inusual hada buena, retiene la esperanza de que su hija no descubra su vida errante y alcance la felicidad que a ella se le ha negado. Al inicio de Dama por un día Annie camina desaliñada y cabizbaja por las calles del Broadway neoyorquino como una más entre los indigentes y la indiferencia (reflejo de la problemática social del momento), pero con la salvedad de que ella necesita vender sus manzanas para mantener a su hija lejos de la miseria dominante. Para ello, no solo la ha enviado al otro lado de Atlántico, sino que le ha hecho creer que pertenece a una familia de clase alta, que tiene su residencia en el hotel de lujo donde consigue el papel que llena con mentiras piadosas que acompañan al dinero que envía a Europa para pagar la educación y la manutención de Louise (Jean Parker). Sin embargo, la noticia de que Louise visitará Nueva York, acompañada de su prometido (Barry Norton) y del padre de este, el conde Romero (Walter Connolly), resulta traumática para la anciana, ya que su condición de mendiga, ocultada a su retoño durante años, podría significar la infelicidad de su hija. La desesperación de Annie implica la ausencia de sus manzanas, ausencia que genera en Dave la sensación de que la fortuna ya no se encuentra en sus manos y, para recuperarla, decide intervenir con el resto de sus compinches, provocando el enredo que domina una ágil y entrañable fábula en la que Capra prefirió la solidaridad, las buenas intenciones y los finales felices a la realidad, aquella que Annie oculta a su hija para protegerla de un espacio donde ni sus ilusiones y ni su inocencia sobrevivirían.

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