jueves, 25 de mayo de 2017

Zodiac (2007)



<<Va a ser muy difícil y va a durar mucho>>, <<esto no puede tener un final feliz, es imposible>> y 
<<hasta las mejores pistas solo conducen a otras. Hay cadáveres olvidados a los que no se hace justicia>>, expresan el pesimismo y el desencanto del personaje interpretado por Morgan Freeman ante el caso que investiga en Seven (1995). La certeza de sus afirmaciones y negaciones pueden aplicarse a la investigación que David Fincher reconstruyó en Zodiac (2007), pues la imposibilidad vertebra la crónica del fracaso de quienes siguen la pista del asesino del zodiaco, quien, hacia finales de la década de 1960 y durante los primeros años de la siguiente, ocupó páginas de los diarios de San Francisco, minutos de los noticiarios televisivos e inspiró películas como Harry el sucio (Dirty Harry; Don Siegel, 1971). Pero al contrario que Seven o el film de Siegel, el caso expuesto en Zodiac está condicionado por las experiencias reales relatadas por Robert Graysmith en su libro homónimo y por la exhaustiva investigación llevada a cabo por Fincher y el guionista James Vanderbilt antes de iniciar el rodaje, de modo que ni los policías ni los periodistas protagonistas encuentran un final para aquello que se prolonga en el tiempo y deteriora la relación matrimonial de Robert (Jake Gyllenhaal) o genera el cansancio vital del inspector William Armstrong (Anthony Edward), que solo desea olvidarse del asesino que durante varios años han perseguido sin éxito. Tanto los unos como los otros son víctimas de la macabra manipulación que, al contrario que la de John Doe en Seven, no encuentra su explicación en el castigo "divino" pretendido por el criminal, sino en el resentimiento y el afán de notoriedad de un asesino sin rostro, que también asume la autoría de homicidios que no ha cometido, cuya identidad obsesiona a Graysmith, el dibujante aficionado a resolver enigmas, o empuja a Paul Every (Robert Downey, Jr.), el periodista del San Francisco Chronicle, hacia la autodestrucción.


El homicida que provocó el pánico durante la infancia de Fincher es la escusa para que el realizador de El club de lucha (Fight Club, 1999) retrate la época desde la sobriedad de su puesta en escena y la minuciosidad con las que 
detalla los hechos cual reportaje que bifurca su interés en las dos parejas que solo descubren la impotencia que, pasado el tiempo, les genera el callejón sin salida en el que se convierte la investigación y el desconocer la identidad de quien persiguen. El tiempo es fundamental en el desarrollo de los hechos que afectan a la investigación policial y a la periodística, ambas infructuosas, en parte debido a los distintos espacios jurisdiccionales que provocan la incomunicación entre los diferentes frentes abiertos (algunas pruebas y testimonios pasan desapercibidos para unos u otros). Ante este panorama, y el posterior silencio y reaparición del asesino en los medios, el personaje de Graysmith se erige en el protagonista (casi) exclusivo de esta película de búsqueda y fracaso, en su intención de unir las piezas del rompecabezas que ha ido acumulando a lo largo de los años, un rompecabezas que implica el sacrificio de su matrimonio y pruebas circunstanciales que no servirían ante un tribunal. Esta imposibilidad confirma que Zodiac no busca un final feliz; de hecho, no puede ni quiere, ni siquiera pretende uno, solo dejar un espacio abierto a las interpretaciones, porque su interés no reside en la resolución del caso sino en aquello que Fincher va mostrando a lo largo del mismo. El miedo generalizado, la inseguridad ciudadana, la desorientación social, la destrucción de vidas como la de Avery o la obsesiva necesidad de respuestas de Graysmith y David Toschi (Mark Ruffalo) son algunos de los ejes de una película que conduce hacia la reflexión de una época y de la sociedad que la forma, de ahí la ausencia de terror, que sí puede observarse en determinadas escenas de Seven, o de giros argumentales (sorpresas forzadas o finales imposibles) que dominan en la mayoría de thrillers hollywoodienses contemporáneos y la importancia de los diálogos, dudas y conjeturas que plantean aspectos que van más allá del tiempo en el que se desarrolla esta espléndida, adulta y pesimista crónica del fracaso.

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