domingo, 21 de mayo de 2017

Río Conchos (1964)


En la década de 1950, parte de la crítica francesa empezó a diferenciar entre un cine que llamó de autor (BuñuelDreyer
FordHawksHitchcock, Lang, Renoir, Rossellini, VigoWelles...) y otro artesanal (comercial), aunque, fundamentada según su criterio, tal división no dejaba de ser una perspectiva ambigua y, por tanto, abierta a discusión y a distintas interpretaciones. Lo cierto fue que, a partir de la política de autores, algunos cineastas como Alfred Hitchcock u Orson Welles se vieron reivindicados como creadores totales, mientras que otros, la gran mayoría, fueron olvidados o catalogados de artesanos sin estilo propio (entre ellos cineastas indispensables como Michael Curtiz o William Wyler). Entre estos últimos hubo cabida para realizadores como Gordon Douglas, que si bien fue un director carente de la creatividad y de las constantes personales que vertebran las obras de los grandes, entre quienes incluyo a Curtiz y a Wyler, no por ello dejó de realizar películas en las que demostró enorme valía; títulos tales Corazón de hielo (Kiss Tomorrow Goodbye, 1950), Entre la noche y el amanecer (Between Midnight and Dawn, 1950), Sólo el valiente (Only the Valiant, 1951), La humanidad en peligro (Them!, 1954), Chuka (1967), El detective (The Detective,1968) y por supuesto Río Conchos (1964), lo demuestran, pues resalta que Douglas era, como mínimo, un cineasta efectivo, de narrativa precisa y en ocasiones brillante (en otras, no tanto).


Menos conocida que los Ríos de Howard Hawks o el Río Grande (1950) de John Ford, Río Conchos es un espléndido western de obsesiones, pesimista y violento, pero más allá de sustantivo fluvial compartido, poco tiene que ver el Río de Douglas con el de 
Ford y los de Hawks. En cambio, sí presenta alguna similitud con Centauros del desierto (The Searchers, 1956), en la desorientación vital de su personaje principal, que, al igual que el Ethan interpretado por John Wayne, es un ex-oficial de la guerra civil marcado por el desarraigo (carece de hogar y de lazos afectivos), la soledad y el odio hacia los indios, en su caso debido a la muerte de su mujer y de su hija a manos de los apaches. Aunque Lassiter (Richard Boone) ha olvidado la derrota de la confederación, le resulta imposible borrar de su mente las muertes de sus seres queridos, por ello deambula por espacios áridos y rocosos exterminando apaches —la escena que abre el film lo muestra descargando su inseparable rifle sobre un grupo de indios que entierran a uno de los suyos—. Este es su presente, en él se ahoga y en él se desahoga asesinando sin miramientos. A pesar de su sadismo respecto a los indios, se descubre como un hombre que valora su palabra, la misma que es puesta en duda por el capitán Haven (Stuart Whitman) cuando inician su recorrido en común al frente de la heterogénea mezcla que forman en compañía del mexicano Ramírez (Anthony Franciosa) y del sargento Franklin (Jim Brown), el más equilibrado del conjunto. Los cuatro emprenden su misión transportando un carro cargado de barriles de pólvora, pero su búsqueda tiene nombre: Pardee (Edmond O'Brien), el antiguo oficial al mando del regimiento de Lassiter y, como este, anclado en el pasado, aunque en tiempos distintos, pues el del cazador de indios se detuvo en el momento de su desgracia familiar —ahora solo piensa en morir matando— y el del coronel en la derrota que no acepta y que le ha llevado a rearmarse (y vender armas a los apaches) al otro lado de la frontera, con la clara intención de revivir una época ya inexistente e iniciar una lucha que, nacida de su desequilibrio, devuelva el estilo de vida sureño anterior a la Guerra de la Secesión. Excepto Franklin, liberado de los prejuicios y obsesiones que se observan en el resto, los personajes principales de Río Conchos se definen por sus comportamientos obsesivos: matar indios (Lassiter), seguir las normas y recuperar el cargamento de armas que le robaron (Haven), sobrevivir y disfrutar de los placeres de la vida por encima de cualquier otro aspecto (Rodríguez) y reconstruir el pasado cuya ilusión (desvarío) se consume entre las llamas en las que finalmente se adentra Pardee cuando, a orillas de río Conchos —la imagen ilusoria de su añorado Mississippi—, su nuevo Sur se convierte en cenizas.

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