lunes, 10 de abril de 2017

Un héroe de nuestro tiempo (1955)


En su segunda colaboración con el realizador Mario MonicelliAlberto Sordi dio vida a un personaje que anunciaba a futuros antihéroes de la “comedia a la italiana”, muchos de los cuales serían interpretados por el propio actor, porque, vista su capacidad de captar y caricaturizar la humanidad de sus modelos, ¿quién mejor que el gran Albertone para dar credibilidad y burla a hombres corrientes como este don nadie patético e infantil, que sufre mil y una desventuras como consecuencia del temor extremo que su tía y su ama de llaves le han inculcado desde la cuna? Sumiso, pusilánime, egoísta, mezquino son algunos rasgos que definen al siempre miedoso y ambiguo Alberto Menichetti (Alberto Sordi), un pequeñoburgués que anota en su agenda los hechos en los que se ve envuelto con la única finalidad de mostrarlos en caso de que cualquier malentendido lo señale como culpable. Él no es un héroe, al menos no uno al uso, ni siquiera es medio valiente y sí todo cobarde. Lo suyo es agachar la cabeza y permitir que el director (Alberto Lattuada) de la empresa para la cual trabaja le obligue a lucir fuera de horas de oficina el nuevo modelo de sombrero como parte de un experimento de ventas. Pero Alberto también baja la cabeza cuando se encuentra cerca de las fuerzas del orden o cuando intuye la presencia del fortachón de Fernando (Carlo Pedersoli, posteriormente conocido como Bud Spencer), quien avanzada la película lo esperará a la puerta de su casa para pedirle explicaciones sobre el embarazo de Marcella (Giovanna Ralli), la menor de diecisiete años a quien el miedoso pretende cortejar en cuanto ella alcance la mayoría de edad. Un héroe de nuestro tiempo (Un eroe dei nostri tempi, 1955) habla de otro tipo de heroicidad, la de vivir en constante estado de inseguridad y de temor a perder el empleo, a expresarse con libertad, a que alguien lo señale como culpable o a la autoridad que podría castigar su comportamiento, en definitiva, un temor que nace de su interpretación del mundo en el que sobrevive. Como consecuencia, el héroe expuesto por Monicelli resulta a la vez repulsivo y entrañable, porque, lo aceptemos o no, se trata de un personaje humano y reconocible, atrapado en la cotidianidad en la que a duras penas se atreve a enfrentarse a sí mismo; ni a cuanto le rodea.


<<Con actores como Sordi podía hacerse cualquier cosa. Siempre incorporó personajes ambiguos, mezquinos, asumió en sus interpretaciones los modos de personajes italianos que existían, personajes viles, que se aprovechan de los demás o que son serviles con el patrón>>, decía 
Monicelli (1). Pero, aparte de la impagable interpretación de Sordi, aunque cobrase por ella, Un héroe de nuestro tiempo destaca por la ácida exposición realizada por Mario Monicelli, quien con este título se alejaba de sus anteriores (y destacadas) colaboraciones con Steno y Totó para encarar una nueva etapa creativa —fundamental para el desarrollo de la comedia italiana— que alcanzaría cotas máximas en Rufufú (I soliti ignoti, 1958) y La Gran Guerra (La Grande Guerra, 1959). Para ello, se valió de ese personaje que escucharía desde su más tierna infancia los consejos de sé prudente, acata las normas, huye de los problemas y de los enfrentamientos, y así triunfarás en la vida. Sin embargo, su triunfo no ha llegado. En su lugar se descubre la derrota existencial que significa temer a su propia sombra y existir prisionero de los miedos que salen a la luz a lo largo de esta espléndida comedia satírica, en la que su protagonista solo muestra valor de boquilla, cuando se encuentra con sus dos amigos, quienes, como él, no dejan de ser caricaturas de sí mismos. En esos momentos sí es capaz de exclamar que "tirará la bomba", aunque sus palabras solo son una expresión gramatical con la que enfatiza su imposibilidad de encarar su mediocridad. Pero a raíz de esa frase, escuchada por dos agentes de policía, la vida de Alberto se convierte en el sin vivir que él mismo crea como consecuencia de su prioridad de mantenerse a salvo. Cuanto hace se vuelve en su contra: tras su intento de seducir a su jefa le pasa una pensión mensual —para que ella acepte renunciar a su empleo y él pueda conservar el suyo—, rehuye cualquier enfrentamiento, acepta ser intervenido en una operación quirúrgica para no contrariar al director o se excusa como un niño cuando es detenido, mostrando una y otra vez ese miedo infantil que lo empuja a culpar a los demás de las situaciones en las que se ve envuelto.


(1) Mario Monicelli. Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián/Filmoteca Española, San Sebastián, 2008.

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