sábado, 24 de diciembre de 2016

Sucedió mañana (1944)


¿Qué es el futuro si no ese desconocido que a menudo implica la ensoñación en tiempo presente de aquello que aún está por materializarse, aunque siempre lo hará de manera distinta a la soñada? ¿Por qué el mañana hipotético ocupa parte del pensamiento del momento que se escapa sin aviso para convertirse en recuerdo u olvido? Existen infinidad de preguntas sobre el futuro, cada quien tiene las suyas, sin embargo nadie puede negar que, desde la toma de conciencia racional, en mayor o menor medida ese tiempo de promesas, fantasías y esperanzas forma parte de su pensamiento, incapaz este de prever factores desconocidos e imprevistos, y de conjugaciones verbales que escapan del hoy para adentrarse en el mañana que se convertirá en el ahora de respuestas que no siempre resultan satisfactorias. Pero existen excepciones como Benson (John Philliber), individuos que no precisan más que indagar en el pasado para conocer qué "sucedió" mañana. Para corroborar sus palabras, el bueno de Benson muestra a sus compañeros de redacción los tomos donde guardan los ejemplares de los diarios del siglo que concluye. En ese instante les asegura que puede predecir aquello que está por llegar, con solo echar un vistazo a los sucesos pretéritos. Ante esta afirmación, los presentes no pueden evitar la incredulidad que exteriorizan en sonrisas y comentarios, aunque Larry Stevens (Dick Powell), asumiendo su protagonismo y su juventud, da un paso adelante y le dice que daría diez años de su vida si pudiese predecir qué ocurrirá al día siguiente. Esta escena inicia la analepsis que engloba la práctica totalidad de Sucedió mañana (It Happened Tomorrow), una comedia fantástica dirigida por el cineasta francés René Clair, quien, al igual que Fritz Lang, Jean Renoir o Max Ophüls, ya era uno de los grandes realizadores europeos cuando desembarcó en Hollywood. Allí realizó cuatro largometrajes y dirigió uno de los episodios que componen Siempre y un día (Forever and a Day, 1943), y, al igual que aquellos, tuvo que adaptarse a un sistema que le era ajeno. Su penúltima película norteamericana se abre en el presente durante el cual se celebran las bodas de oro de Larry y Silvia Stevens (Linda Darnell), un evento que ha reunido a los familiares que aguardan en el salón a la pareja de ancianos, que en la intimidad de su dormitorio hablan de la historia que el primero desea compartir con quienes esperan en la planta baja para celebrar el aniversario. En ese instante se encuadra el manuscrito en el que Larry mecanografió cuanto le sucedió en aquel pasado lejano y extraño que se descubre durante el retroceso temporal que explica la increíble aventura que los unió. A lo largo del metraje, la idea de futuro nunca abandona el pasado evocado desde el presente (en el que la pareja ya no mira hacia adelante sino hacia atrás), ya sea en las falsas predicciones con las que Silvia y su tío (Jack Oakie) entretienen a su público o el real al que el protagonista accede desde los periódicos que un Benson espectral le entrega. Esta última circunstancia depara el enredo que lleva al periodista a conocer hechos a los que, salvo él, nadie más tiene acceso, como sería el atraco a la ópera, la localización de los atracadores, los ganadores en las carreras de caballos o la hora y la fecha exacta de su asesinato. Cada uno de sus conocimientos condiciona sus elecciones, llevándolo inexorablemente hacia esta última predicción que no resulta de su agrado, menos aún cuando todas las demás noticias se van sucediendo según informan los artículos que inicialmente desestima, porque un ser racional como él no puede creer que el futuro esté impreso en un periódico que todavía no existe. Sin embargo las situaciones se desarrollan según lo leído y él lo interpreta como una oportunidad profesional que acaba por convertirse en una maldición personal, ya que, enamorado de Silvia y a punto de casarse, las páginas del diario le confirman su muerte inminente, una certeza que no abandona su mente mientras intenta evitar acercarse al lugar hacia donde el destino y sus decisiones, condicionadas por aquello que se ha escrito, lo dirigen irremediablemente.

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