miércoles, 7 de diciembre de 2016

Sicario (2015)



Lo habitual en el cine de acción de las décadas de 1980 y de 1990 era mostrar la problemática del tráfico de drogas como la excusa argumental que concedía al protagonista un rival a quien enfrentarse. Esta perspectiva simplista desaparece en
 Traffic (Steven Soderbergh, 2000), por ello puede decirse que el film de Soderbergh marcó un punto de inflexión a la hora de tratar el narcotráfico en el cine, ya que en su película, el responsable de Sexo, mentiras y cintas de vídeo (Sex, Lies and Videotape, 1989) ofreció una perspectiva menos superficial y más didáctica, que aborda el problema desde varios frentes: la juventud, el sistema legal, la corrupción policial al otro lado de la frontera y los agentes que, mediante medios legales, intentan acabar con los traficantes. Su lucha se desarrolla a la luz y por lo tanto su final concede un rayo de esperanza en la imagen del policía mexicano interpretado por Benicio del Toro. Este atisbo de esperanza desaparece por completo en Sicario, que, más allá de su similitud temática y de la presencia del actor en un papel opuesto, se desmarca de lo expuesto por Soderbergh para adentrarse en un entorno más sombrío y pesimista, donde la ética es sustituida por la ambigüedad que borra los límites entre lo correcto e incorrecto. La película de Denis Villeneuve, que convierte en imágenes el guion de Taylor Sheridan, combina a la perfección las escenas de acción con la intimidad de su protagonista, atrapada en un frente más violento, silenciado y ambiguo que los expuestos en Traffic. Por ello, el film de Villeneuve no hace hincapié en los fallos del sistema como tampoco busca responsabilidades ni soluciones, solo se adentra de pleno en la violencia inherente al paisaje humano habitado por individuos amorales como Matt Graver (Josh Brolin) o su compañero Alejandro (Benicio del Toro), un entorno que resulta desconocido para la agente del FBI Kate Mercer (Emily Blunt), quien, en su inocente ingenuidad, acepta formar parte del equipo antidrogas comandado por el primero.


La decisión de Kate encuentra su justificación durante la primera escena del film, cuando ella y sus compañeros asaltan una casa donde, tras las falsas paredes, descubren decenas de cadáveres. Este instante resulta de extrema crudeza, pero también permite su primer contacto con ese mundo para ella desconocido que potencia su necesidad de hacer algo para ponerle fin. A partir de su relación con los personajes de Brolin y Del Toro, la agente descubre que la lucha antidroga nada tiene que ver con aquella que se gesta desde la capa visible de la que procede, donde protocolos, leyes y cuestiones éticas marcan las pautas a la hora de combatir a los cárteles. Por tal motivo, la lucha contra el narcotráfico planteada en Sicario resulta sucia y violenta. Se trata de una guerra en la sombra, sin cabida para cuestiones morales y legales, en ciertos aspectos similar al trabajo antiterrorista mostrado por Kathryn Bigelow en La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), y, como consecuencia, en el planteamiento de Villeneuve no hay cabida para idealistas como Kate Mercer y sí para individuos que han asumido su condición de lobos en tierra de lobos, y, por lo tanto, se distancian de la humanidad, de los valores y de las leyes que rigen el comportamiento de Kate. De tal manera, Matt y Alejandro asumen como suyos el salvajismo de los métodos expeditivos de aquellos contra quienes luchan, porque, en su interpretación del medio, esa es la única manera que tienen para controlar un problema que saben imposible de erradicar, imposibilidad a la que el primero alude cuando le dice a la agente del FBI que solo buscan recuperar el equilibrio perdido en una guerra que no tiene fin. En el entorno donde Mercer se sumerge tras su presentación no hay lugar para la dualidad bien-mal, ya que en realidad ni existe lo uno ni lo otro, porque en su bando, el que supuestamente representa la ley y el derecho, solo existe decepción, imposibilidad y un comportamiento que iguala a los agentes y los criminales con quienes se enfrentan. 
Como consecuencia de su contacto con esa situación, carente de límites y reglas, se produce su despertar a la realidad no deseada, aunque impuesta tras aceptar formar parte activa de una misión que, en un primer momento, ella cree dentro de los límites de la legalidad, pero en la que descubre la ausencia absoluta de la decencia y de las leyes que ella defiende, pues ni la una ni la otra existen en un mundo donde los extremos se tocan y se confunden hasta crear la ambigüedad que genera su enfrentamiento entre el deseo de poner fin al crimen y los métodos empleados por dos personajes que no se plantean los medios que les posibilite el fin perseguido. y ella no es más que eso, otra pieza prescindible en su descenso al infierno donde descubre que ya no existen límites, solo intereses, salvajismo, violencia y su desilusión.

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