jueves, 1 de diciembre de 2016

El póker de la muerte (1968)

Son muchas las películas que presentan mezcolanzas genéricas tan evidentes como la que da forma a El póker de la muerte (Five Card Stud), pero, para referirse a ellas, resulta más cómodo y sencillo incluirlas dentro de un género cinematográfico concreto que entrar en detalles que implicarían mayor detenimiento. En el caso del film de Henry Hathaway, su ubicación espacio-temporal y la temática de la venganza lo catalogan dentro el western, pero dicha inclusión ni impide ni oculta las características asumidas del cine negro y del cine de suspense, dos géneros que al director estadounidense tampoco le resultaban desconocidos. De modo que, bajo su apariencia externa, laten aspectos de film noir que emergen para eliminar posibles figuras heroicas, ninguno de los personajes adquiere atributos de héroe, y oscurecer el espacio acotado donde se desarrolla la trama, posiblemente la más negra de los títulos del oeste realizados por Hathaway. La historia se sitúa en la localidad de Rincón, donde la muerte cobra protagonismo en la partida de póker que, al inicio de la película, reúne a siete jugadores alrededor de una mesa que volverá a asomar en la pantalla en posteriores ocasiones, pero cada vez con menos ocupantes, pues estos, uno a uno, van siendo asesinados por alguien que los asfixia, como si con ello pretendiese dejar su firma. Los primeros compases muestran la partida de cartas, cinco vecinos respetables, un jugador profesional, Van Morgan (Dean Martin), que se ausenta para ir al cuarto de aseo, y un tramposo que es descubierto con un as en la manga. En ese instante, con Morgan fuera de escena, los respetados ciudadanos, instigados por Nick Evers (Roddy MacDowell), deciden linchar a quien ha cometido la torpeza de ser descubierto. A su regreso, y ante la ausencia de los demás, el tahúr pregunta a George (Yaphet Kotto), el camarero, qué ha ocurrido y este le informa. Morgan no duda ni un instante y sale al galope para evitar el linchamiento, aunque se ve reducido por un golpe a traición y el ahorcamiento se ejecuta. Esta circunstancia provoca su inmediata salida del pueblo, sin embargo los hechos que siguen: la muerte de dos de sus compañeros de partida y la visita de George para advertirle de lo ocurrido, lo convencen para regresar a Rincón, porque, un jugador profesional como él, prefiere asumir sus cartas en una nueva partida, aunque esta sea mortal, que permanecer oculto mientras aguarda a que el asesino lo sorprenda con una mano inesperada. Nadie es capaz de resolver los crímenes ni de mantener el orden, como tampoco él fue capaz de impedir el asesinato del forastero, pero todo apunta a que las recientes muertes y el ahorcamiento de aquel a quien se enterró bajo el nombre de desconocido guardan relación. Para los supervivientes, reunidos alrededor de la mesa de juego, resulta evidente que alguien se está tomando la justicia por su mano, ¿pero quién? ¿Y cuál de los allí presentes le da los nombres de sus compañeros? Aunque los personajes más importantes de El póker de la muerte son los interpretados por Dean Martin y Robert Mitchum, en un papel de predicador que recuerda en su dualidad amor-odio al asesino de La noche del cazador (The Night of the HunterCharles Laughton, 1955), el de Roddy MacDowell resulta vital para el desarrollo de la trama. Egoísta y traicionero, la máxima de Evers, <<yo primero y después de mí, nadie>>, delata su sociopatía y su rechazo (odio) al mundo que califica de <<basura>>; por lo que se comprende que no siente el menor remordimiento a la hora de sembrar la anarquía que se apodera de la villa mientras el reverendo Rudd (Mitchum), recién llegado al pueblo, sermonea a sus nuevos feligreses a golpe de revólver, pues emplea la palabra y la fuerza para alcanzar sus fines, lo cual no resulta tan chocante al comprender que su interpretación de la biblia, que siempre lleva consigo, legitima su comportamiento. Como consecuencia, salvo la inocente Nora Evers (Katherine Justice) y el orgulloso camarero, el resto de los personajes de El póker de la muerte resultan ambiguos, ya sea por lo que ocultan, por el rechazo social que implica su profesión, Morgan es jugador y Lily (Inger Stevens) regenta un burdel-barbería, o, en el caso del predicador, por la omnipresente contradicción entre palabras y actos, pero todos ellos forman parte de la partida mortal que, en su desequilibrio, Nick puso en marcha y alguien tiene que ganar.

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