sábado, 3 de diciembre de 2016

Don Juan (1950)



Tirso de Molina, Molière, Pushkin o Zorrilla fueron algunos de los autores que escribieron las andanzas de Don Juan, el burlador y mujeriego que de los escenarios pasó a la pantalla en producciones que se inspiraron en su célebre y cínico carácter conquistador, entre ellas el Don Juan que Alan Grosland dirigió en 1925, el primer largometraje sonoro de la Historia, el de Alexander Korda en La vida privada de Don Juan (The Private Life of Don Juan, 1934), la última interpretación acreditada del mítico Douglas Fairbanks, o la realizada en 1950 por José Luis Sáenz de Heredia, la primera que adaptaba las aventuras y amoríos donjuanescos al cine sonoro español, y lo hacía en una época en la que un personaje a contracorriente, que no respeta ningún tipo de autoridad impuesta, chocaba de pleno con el intransigente puritanismo franquista. En la escena XII del primer acto de la obra de Zorrilla, el mujeriego presume de sus hazañas y de su gallardía mientras las compara con las de Luis Mejia, pero lo que deja entrever de su numeración no es más que su rechazo a cualquier estamento o norma.

<<Por donde quiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí
...
Ni reconocí sagrado
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado,
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar>>.

Con estas credenciales, que el autor romántico puso en boca de su don Juan, no cabe duda de que se trata de un personaje que transgrede cualquier convencionalismo social y cualquier ley, divina o seglar. Por ello, resulta controvertido, pero también atractivo; y por ello, una adaptación llevada a cabo en el cine español de la década de 1950 podría desvirtuarlo, sin embargo el Tenorio descrito por Carlos Blanco y Sáenz de Heredia transmite la personalidad del antihéroe sin desdibujar su amoralidad ni su libertinaje, a pesar de su redención final por amor, que también se encuentra en el de Zorrilla. Pero como apunta el inicio de la película, esta no pretende ser una adaptación de ninguna de las fuentes literarias protagonizadas por el osado y temerario galán, sino una libre recreación del mito, intención que no resulta extraña si se tiene en cuenta que el guion fue desarrollado por Carlos Blanco, cuyo universo queda descrito en sus guiones y en sus personajes, hombres y mujeres enfrentados al medio y a sí mismos: Los ojos dejan huella (Sáenz de Heredia, 1952), Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955) o la versión que veintidós años después escribiría del Quijote de Cervantes en Don Quijote cabalga de nuevo (Roberto Gavaldón, 1972).


Dedicada a
Tirso de Molina y a ZorrillaDon Juan se inicia en Sevilla en 1553, con la convalecencia de don Diego Tenorio y la lectura de la carta imperial que concede el perdón a su hijo, a quien se descubre de inmediato, cuando la acción se traslada a Venecia. En tierras italianas el apuesto caballero (Antonio Vilar) continúa burlando el amor de las mujeres y la amistad, la cual no contempla, de ahí que en su destierro veneciano se haga pasar por Octavio para apuntarse otra conquista. Pero el personaje va más allá en su ruptura con lo establecido, ya que tampoco valora la familia, no siente pesar por el fallecimiento paterno, ni a la autoridad, no duda en fingir ser el emperador para conquistar a Lady Ontiveras (Annabella) o burlarse del alférez mayor (Fernando Fernández de Córdoba) que, ya en suelo andaluz, pretende darle caza. Tampoco respeta otros pilares sociales de la época como serían el matrimonio o la iglesia. Pero es su constante rechazo a lo establecido, el que genera la simpatía en el espectador, quizá porque en su conducta cínica y transgresora el antihéroe se muestra sincero consigo mismo y seguro de sí, dos atributos de su personalidad que lo mantienen alejado de la hipocresía que define a su clase social, como deja claro cuando, en una de las escenas que comparte con Inés de Ulloa (María Rosa Salgado), no miente al decirle <<yo amo apasionadamente cuando engaño. Engaño sin mentir>>.


Este personaje cínico y amoral, que se define a sí mismo en 
Don Juan Tenorio como <<gallardo y calavera>>, lleva tres años fuera de su país natal, pero no ha perdido el tiempo, así se desvela en las sombras de la habitación donde descansa en brazos de la mujer que le cree otro, el mismo otro que no tarda en sorprenderlos y retarle, momento durante el cual el protagonista demuestra su destreza con la espada. Este breve instante define al personaje como seductor, presuntuoso, osado, locuaz, canalla, hábil con la espada y seguro de sí mismo, cuestión esta última que se reafirma durante su viaje en barco a la península Ibérica, mientras irrumpe en el camarote de Lady Ontiveras y la conquista. Con ella comparte una relación en la que ambos aseguran no amarse, lo que proporciona al vividor una sensación que nunca antes había experimentado: la de una mujer que no lo ama, aunque, transcurridos los minutos, se comprende que se trata de una mentira para poder estar cerca de él. Durante su aventura sevillana, en pos de la herencia que su padre le ha negado, el Tenorio fuerza su conducta canallesca hasta el límite, ya sea en la fonda o en el baile de máscaras donde se produce su primer encuentro con Inés, cuya inocencia virginal acabará por conquistarlo, aunque en un principio el pendenciero embaucador la contempla como a otra mujer a quien enamorar, conseguir y luego olvidar. A lo largo del metraje de Don Juan se combinan la aventura, la comedia y el drama que, en la parte final, da paso a la tragedia que se produce a raíz del amor que el antihéroe siente hacia doña Inés, un amor correspondido aunque imposible para alguien de su fama, ganada a pulso en incontables amoríos, duelos y engaños, que pone en práctica con la misma perfección que maneja el acero que cruza con los representantes de la ley, con maridos agraviados o con el burlado Luis Mejia (Enrique Guitart).



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