miércoles, 5 de octubre de 2016

Tamaño natural (1973)

¡Bienvenido Mister Marshall! (1952), Plácido (1961) o El verdugo (1963) confirmaban que Luis García Berlanga era uno de los mejores realizadores que había dado el cine español, pero los fracasos artísticos y comerciales de La boutique (1967) y de Vivan los novios (1969) provocaron que permaneciera cuatro años alejado de la dirección. Este parón profesional, más que hundirlo, le sirvió para replantear su situación y buscar alternativas creativas, aunque sin dejar de lado el humor negro, la ironía, la incomunicación y el pesimismo existencial que dan forma a sus restantes colaboraciones con el guionista Rafael Azcona. En mayor o menor media, todas estas características se encuentran presentes en Tamaño natural, cuya apariencia de film distinto, intimista en lugar de coral, concede el protagonismo exclusivo a un solo personaje y al monólogo que mantiene con su muñeca, en la que vuelca sus deseos y sus frustraciones existenciales. La primera impresión, aquella que muestra a un hombre al límite, podría llevar a pensar que Tamaño natural resulta más cercana a la fantasía de Azcona, en sus guiones para Marco Ferreri en La gran comilona (La grande bouffe; 1973), dominada por el exceso de su cuarteto protagonista, o para Juan Estelrich en El anacoreta (1976), en la soledad y aislamiento del personaje principal, que al imaginario de Luis G.Berlanga, pero más allá de la ausencia de la sátira coral y sainetinesca que predomina en el Berlanga de ¡Bienvenido Mister Marshall!, ¡Los jueves, milagro!Plácido o La escopeta nacional, la película encaja dentro su obra cinematográfica como una de sus piezas más personales, sea por las constantes ya nombradas, porque contó con el respaldo y los medios necesarios para llevarla a cabo o por la imposibilidad de sus personajes a la hora de alcanzar el fin perseguido, que en el caso de Michel (Michel Piccoli) sería personificar en la muñeca aquello que no encuentra en sus relaciones con seres de carne y hueso (esposa, madre, amantes,...). A pesar de no desentonar dentro del universo berlanguiano, Tamaño natural es una inflexión y una particularidad en su filmografía, una película arriesgada y compleja, en ocasiones difícil para el espectador, que desnuda a su protagonista en su obsesiva necesidad de crear una relación perfecta a partir de una que, finalmente, le resulta igual de imperfecta que aquellas mantenidas en el mundo real, del cual desconecta a medida que se adentra más y más en la intimidad compartida con su nueva compañera, amante y confidente. Como consecuencia de la soledad y del vacío que siente, este hombre de mediana edad, casado y de posición acomodada, proyecta en la muñeca sus necesidades básicas (más psíquicas que físicas). En un primer momento Michel encuentra en el maniquí, al que cambia de nombre constantemente, la posibilidad de compañía y de someter en lugar verse sometido, pero más allá de su deseo, de sus perversiones o de querer recuperar la libertad, la comunicación y el sentirse querido en el objeto que él mismo da vida, su nueva realidad le depara el encierro en un mundo ilusorio que no colma sus expectativas iniciales, pues la muñeca cobra vida en su imaginación para generarle sensaciones vivas que lo satisfacen, pero también le produce insatisfacciones y celos. Su constante y su determinación por hacerla real provoca que algunos de quienes la contemplan también le atribuyan vida: su madre (Valentine Tessier) encuentra en el maniquí a alguien que escucha y no compite, la dueña de la boutique (Amparo Soler Leal) donde le compra la ropa ve en el ser inanimado la posibilidad de acariciar su fantasía, José Luis (Manuel Alexandre), el portero del edificio, sacia el apetito sexual que su mujer ya no despierta en él o Isabelle (Rada Rassimov) se humilla para recuperar un matrimonio del que nada queda. Pero lo que se inicia como una relación perfecta entre el dentista y su amante de plástico, perfecta en la mente de Michel, porque él la domina, habla y piensa por ella, se va transformando en la nueva sumisión que lo conduce hacia la desesperación de una relación enfermiza que tampoco lo satisface, porque el objeto cobra en su mente rasgos reales y, por lo tanto, adquiere la capacidad de generarle miedos, frustraciones y nuevas decepciones que, inevitablemente, lo conducen hacia su destrucción.

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