martes, 11 de octubre de 2016

Antes del amanecer (1995)

Un tren, una discusión de pareja, una desconocida y un desconocido, un cambio de asiento, dos libros que no ocultan miradas y unas palabras que acortan distancias para romper el anonimato y regalarles un instante compartido más allá del vagón restaurante donde se propone y se acepta la invitación que cambia el curso de su viaje. La propuesta y su aceptación les permite intercambiar confidencias, opiniones, relaciones frustradas, ideas, algunas nacidas de ensoñaciones juveniles, y el sentimiento inesperado que crece e idealizan a medida que pasan sus horas compartidas por esa Viena crepuscular y nocturna que será testigo de su intimidad y de su fugaz romance. Pero ¿qué es el amor para ellos? ¿Una palabra incapaz de definir y expresar lo que solo puede ser sentido o imaginado? ¿O un sentimiento real que, al igual que ellos, muchos acarician pero que solo los más afortunados o entregados logran cuidar y conservar? ¿Cómo surge en sus mentes sin apenas darse cuenta? ¿Es atracción efímera, la idealización de un deseo o magia compartida? ¿Durará para siempre o se marchitará en la madurez que les aguarda más allá de la tarde y de la noche en las que Celine (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) viven un instante ingenuo y fantasioso, aunque a todas luces intenso, sincero y real? Después de alcanzar cierta notoriedad dentro del llamado cine independiente estadounidense con Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993), cuya acción transcurre en un solo día, Richard Linklater daba un salto cualitativo con Antes del amanecer (Before Sunrise), una producción que le valió el reconocimiento internacional y el Oso de Plata a la mejor dirección en el festival de Berlín de 1995. Conceder el protagonismo exclusivo a dos personajes adolescentes en un espacio-tiempo limitado, que podría jugar en contra del ritmo narrativo, fue una apuesta arriesgada, sin embargo, resultó un acierto y un soplo de aire fresco entre tanta producción insípida que maquillaba sus carencias con fondos musicales atractivos, con constantes movimientos de cámara que les concedía un aire de video-clip, de hora y media de duración, con historias románticas forzadas o chistes repetitivos y escatológicos carentes de gracia. La química entre los actores y unos diálogos que desbordan sinceridad y emoción, dieron como resultado una película lúcida que fluye desde la ingenuidad y la vitalidad de sus jóvenes protagonistas hasta la certeza de estar contemplando una conexión que se aleja de los tópicos que llenan las imágenes de las típicas comedias románticas, porque en Antes del amanecer se desarrolla un paso a ciegas, apenas forzado, que la cámara muestra en sus diferentes niveles de acercamiento sin intervenir más allá de su función de corroborar ese momento de comunicación, alegría y deseo que la pareja comparte mientras la emoción no para de crecer en ellos. Estos dos adolescentes a punto de entrar en la vida adulta, que simbólicamente se iniciará después del alba, comprenden que su idilio tiene caducidad, aún así deciden disfrutar la plenitud del instante y del sentimiento que ya les pertenece al amanecer, en esa estación donde sus caminos se separan, quizá para siempre o quizá hasta que se cumplan los seis meses que acuerdan para un nuevo encuentro, en ese mismo lugar que abandonan para seguir direcciones opuestas, aunque con sus esperanzas puestas en el paso del tiempo que debería reunirlos de nuevo.

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