jueves, 22 de septiembre de 2016

El expreso de Andalucía (1956)


Sin la omnipresente censura, o con una más permisiva y menos partidista, y con empresarios comprometidos a la hora de crear una industria cinematográfica propia, como sí ocurrió en otros puntos del globo, la historia del cine español habría sido distinta. Obvio. Cineastas no faltaban para ello, sin contar con quienes realizaban sus carreras en el exilio (Carlos Velo, Luis Buñuel o Luis Alcoriza). Tampoco se carecía de buenos operadores, actores, actrices o guionistas, pero la realidad deparó la falta de apoyo financiero, las precarias distribuciones del producto autóctono y el control por parte de las autoridades de la libertad creativa de directores y guionistas. Aún así, durante el periodo franquista se realizaron producciones más interesantes que las exitosas Locura de amor, (Juan de Orduña, 1948), Botón de ancla (Ramón Torrado, 1947) o Balarrasa, (José Antonio Nieves Conde, 1950), producciones que contaron con pocos medios y sin apenas ayuda oficial, pero con el talento de realizadores capaces de aventurarse en géneros típicos en España desde una perspectiva novedosa (y por ello arriesgada) y en otros a priori atípicos a la literatura y a la cinematografía española, como la novela negra o el cine policíaco, que permitían dentro de lo posible mostrar la cotidianidad urbana y, en ocasiones, también la rural. Pero el desconocimiento generalizado de gran parte de la producción realizada durante la época, provoca una valoración inexacta que a menudo conlleva una idea peyorativa, más aún si esta se basa en las emisiones del programa televisivo Cine de Barrio o en comentarios despectivos que delatan ignorancia sobre el tema. Si bien es cierto que el cine hispano sufrió (y mucho) las circunstancias de su momento, sí existieron producciones de calidad más allá de los grandes títulos de realizadores como Edgar Neville, Fernando Fernán Gómez, Juan Antonio BardemLuis García Berlanga, de otros menos conocidos en la actualidad como Ladislao Vajda, José Antonio Nieves CondeManuel Mur Oti o de aquellos dirigidos por los miembros del llamado Nuevo Cine Español durante los años sesenta (Vicente Aranda, Basilio Martín Patino, Miguel Picazo, Francisco Regueiro o Carlos Saura).


Directores como Antonio SantillánJosé María FornJuan Bosch, Julio CollMiguel Iglesias o Francisco Rovira-Beleta, entre otros, realizaron mejores y peores películas, pero, en ocasiones, sus producciones de cine negro poco tenían que envidiar a los noir hollywoodienses o franceses. Aunque a día de hoy todavía resulta desconocido para buena parte del público, el policíaco español de la década de 1950 y primeros años de la siguiente se encuentra plagado de buenas intenciones, de características autóctonas y de narrativas precisas y contundentes que abordan historias criminales que permiten el acceso a la cotidianidad de las calles y de las personas que las transitan. Los espacios urbanos resultan fundamentales en muchos de sus títulos. Esta cuestión se pone de manifiesto en El expreso de Andalucía, un thriller urbano que Rovira-Beleta realizó después de la inferior y más conocida Once pares de botas (1954). A lo largo de sus imágenes se contraponen diferentes escenarios: el barrio y hogares donde viven tres de sus protagonistas, Andrade (Jorge Mistral), Rubio (Ignazio Balsamo) y Lola (Marisa de Leza), y el mercado donde aquella vende gafas chocan con la opulencia que se descubre en el interior de la casa del anticuario Salinas (Carlos Casaravilla) y con las comodidades del piso habitado por Miguel (Vicente Parra), su hermana y sus padres. La intriga que da forma a El expreso de Andalucía se inspira en el famoso asalto al tren homónimo acontecido a la altura de Aranjuez el 11 de abril de 1924. Durante el mismo se produjeron las muertes de los empleados del vagón asaltado, un crimen que conmocionó a la opinión pública de la España de la dictadura de Primo de Rivera y que Rovira-Beleta trasladó a su presente para convertirlo en un más que interesante ejercicio de cine negro.


Ambientada en su práctica totalidad en un Madrid que asfixia a Andrade, se descubre la mísera cotidianidad de la que este pretende escapar a toda costa y a cualquier precio. Este hombre es incapaz de olvidar su pasado de pelotari admirado y de comodidades que le niega su estado actual, solo espera su momento para recuperar aquella vida a la que estaba acostumbrado, por ello rechaza su presente y se aferra a la primera oportunidad que le permite abandonar la miseria que descubre a su alrededor y en su propia existencia. Su deseo cobra apariencia real en su mente cuando escucha a Miguel y al Rubio hablando de lo sencillo que sería apoderarse de los tres paquetes que el segundo facturó en la estafeta de correos horas antes y que, en su ignorancia, contienen cinco millones en joyas. Los paquetes son la excusa para poner en marcha la intriga y la fatalidad de El expreso de Andalucía, en la que ya aparecen cuestiones que años después reaparecerían en Los atracadores (Rovira Beleta, 1961). Espacios enfrentados social y económicamente —la casa del joven estudiante, la del corrupto anticuario o la universidad se oponen a la zona habitada por Rubio, Andrade y Lola—, una narrativa contundente que ha sobrevivido el paso del tiempo, la presencia de Lola y Silvia, dos mujeres antagónicas con un sentimiento común, o seres perdidos en un presente que los condiciona hasta el extremo de precipitarlos hacia el abismo de criminalidad que los engulle sin remedio.


Las primeras imágenes del film muestran un tren, una estación y un empleado de correos que recibe la correspondencia que no tarda en trasladar al interior de la oficina. Allí descubre que la saca está cubierta de sangre, algo ha sucedido, y la película retrocede en el tiempo para centrarse en un hombre que, nervioso, factura tres paquetes con destino a Sevilla. Dicho nerviosismo es uno de los rasgos que definen a Rubio, quien, en ese momento, desconoce el contenido del envío. Lo que sí sabe es que le darán trescientas pesetas por el trabajo. Sin embargo, cuando se presenta a cobrar, la policía ahuyenta a sus pagadores. La situación lo alarma más si cabe, y por ello acude a Miguel, a quien se descubre incapaz de centrarse en sus estudios de derecho, como si estos fueran una imposición social y paterna que no contempla como suya. Sus palabras tranquilizan a su amigo, aunque, después de leer en el periódico la noticia del robo de joyas valoradas en cinco millones de pesetas, acude al empobrecido habitáculo de Rubio para informarlo y decirle que no sería complicado hacerse con ellos, ya que, ser hijo de un supervisor de correos, le posibilitaría subir al tren sin levantar sospechas y, una vez dentro, hacerse con el botín. 
Miguel, al igual que Vidal en Los atracadores, es un joven estudiante de derecho que pertenece a una clase social ajena al mundo de quienes serán sus compañeros de delito, pero, al contrario que Vidal, el adolescente no es consciente del alcance de su idea de delinquir. Sin embargo, la idea ya está en el aire, aunque todavía no están convencidos de llevarla a cabo, tampoco sabrían, pero Andrade escucha la conversación y aprovecha para erigirse en el líder del asalto. A primera vista, parece sencillo, solo falta que alguien financie el proyecto, y ahí entra Salinas, cuya aparente respetabilidad no deja de ser la máscara tras la que esconde la corrupción de su negocio. Sin embargo, durante el robo, las cosas se tuercen y los dos empleados que viajan en el vagón son asesinados. En ese instante las imágenes iniciales ya tienen su explicación y el interés de Rovira-Beleta se divide entre los tres delincuentes, aunque prevalece la presencia de Andrade, incapaz de detenerse ante los sucesos que escapan a su control, porque la idea del dinero y de una vida repleta de lujos lo conducen hacia la espiral de muertes de la que es responsable. Aparte de la influencia del cine negro estadounidense, El expreso de Andalucía concede el protagonismo a hombres y mujeres corrientes de la España de su época, dominados por sus situaciones personales, por sus frustraciones y por sus ambiciones, las cuales les deparan transitar por la criminalidad que Miguel no puede soportar, la misma que le lleva a dar por concluida su existencia en la escena en la que acepta su muerte como única vía de expiación, después de observar su habitación (símbolo de su pasado reciente y de su inocencia perdida) y comprender la imposibilidad de su presente y de su futuro. Esa criminalidad que vence al adolescente, también vence a Rubio y a Andrade, aunque a este último de una manera opuesta, ya que lo transforma en un animal acorralado con un único objetivo: su parte del botín, aunque su destino (y el guión) provoca que caiga abatido en ese mismo espacio de donde ha intentado huir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario