sábado, 6 de agosto de 2016

Manicomio (1954)



<<Quizás lo único de algún valor que tiene la película
Manicomio le llegue de no ser original, sino adaptación de obras ajenas>>. Con sus irregularidades, pero no exenta de aciertos, Fernando Fernán Gómez fue demasiado severo cuando recordó en las páginas de El tiempo amarillo su debut en la dirección de largometrajes, porque, si bien Manicomio (Fernán Gómez y Luis María Delgado, 1954) no tiene su origen en un texto original (algo que tampoco sería inusual en el cine), sí ofrecía frescura y originalidad en su desenfadada adaptación a la pantalla de cuatro cuentos de autores de estilos dispares como Edgar Allan Poe, Ramón Gómez de la Serna, Aleksandr Ivanovich Kuprin y Leonid Andreiev. Más allá de su apariencia episódica, Fernán Gómez y Francisco Tomás Comes, los responsables del guion, los adaptaron como parte de un todo que presenta como nexo el relato El sistema del doctor Alquitrán y el profesor Pluma, de Poe. Desde ese eje narrativo se insertan las adaptaciones de La mona de imitación, de Goméz de la Serna, Una equivocación, de Kuprin, y El médico loco, de Andreiev, en tres flashbacks que se suceden después de que el personaje interpretado por el actor-director llegue al escenario donde se desarrolla la mayor parte del presente de una comedia que deambula entre el surrealismo de sus imágenes, la libertad perseguida por sus responsables y las influencias literarias. Desde el primer momento, la confusión cobra significado y significante en el cruce de las líneas telefónicas, en una escena que descubre a Carlos (Fernando Fernán Gómez) manteniendo una conversación con su novia (María Rivas) mientras esta le insta a que la visite en su lugar de trabajo. Y dicho espacio laboral se convierte en el escenario principal de la transgresora propuesta realizada por Fernán-Gómez y Luis María Delgado.


El resultado de todo el asunto hace de Manicomio una comedia disparatada, de muy bajo presupuesto —se aprovecharon los decorados del film Aeropuerto que iba a ser dirigido por Delgado—, en la que su inestable guía presenta la trama para explicar al espectador que no le gusta que su novia trabaje en un manicomio, aunque le agrada más que la idea de casarse con su prima Mary Luz (Aurora de Alba) y aceptar lo estipulado por su familia. No tarda en comprenderse que este individuo no es una lumbrera, solo alguien que acude al trabajo de su prometida para satisfacer la demanda de esta, sin ser consciente de aquello que encontrará en el interior de la casa de reposo. Allí tiene la sensación de adentrarse en un mundo donde la locura y la cordura se confunden para asustarle y alterarle, como si fuera él quien padece el desequilibrio, de ahí que sea incapaz de distinguir entre los huéspedes del lugar y los profesionales que los atienden. Durante su estancia en el centro psiquiátrico se insertar los tres relatos, los cuales le son contados por supuestos trabajadores del centro, aunque en realidad se trata de los mismos protagonistas de los hechos que narran. La primera historia, la más lograda de los tres episodios, muestra a un hombre (Antonio Vico) incapaz de soportar la constante repetición de cuanto dice por parte de su mujer (Elvira Quintillá), a quien acaba estrangulándola porque le <<hacía burla>>. El segundo relato cede el protagonismo a una recién casada (Susana Canales) que decide hacerse pasar por loca para desalojar el compartimento del tren en el que viaja con su marido (Julio Peña) durante su luna de miel, pero con la mala fortuna de que este se apea en una estación para comprar tabaco y el transporte sale sin él, lo que depara que nadie pueda confirmar la cordura de una joven que es trasladada al manicomio donde sí enloquece. La tercera muestra a un eminente doctor (José María Lado) planeando el asesinato de su rival en amores (Vicente Parra), un homicidio que pretende justificar como el acto de un hombre que ha perdido el juicio, consciente de que su supuesto desequilibrio le proporciona la coartada perfecta, aunque inconsciente de que sí ha perdido el norte. Cuanto se plantea en Manicomio se expone desde el desenfado de su puesta en escena y desde la confusión que se genera a partir de un protagonista que no distingue entre el desequilibrio que domina en el interior de la casa de reposo y el equilibrio que semeja brillar por su ausencia, tanto dentro como fuera del recinto. De tal manera la cara y la cruz de la moneda se intercambian en su mente, sin que apenas puedan diferenciarse, ya que al fin y al cabo, como dice la supuesta enfermera a quien dio vida Susana Canales, <<hay que ser un gran especialista para diferenciar la demencia de la cordura. Se comenten grandes errores>>. Porque ¿cómo distinguir entre lo uno y lo otro, si los comportamientos de los que Carlos es testigo dentro y fuera del manicomio le resultan tan similares que no encuentra diferencia entre los actos y palabras de los pacientes y aquellos que observa en sus familiares?

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