viernes, 5 de agosto de 2016

Maldad encubierta (1925)



La apariencia de cine de terror y sus rasgos fantásticos no ocultan que las películas más personales de Tod Browing sen tragedias y dramas de dolor, soledad, ternura, pasiones y frustraciones de personajes en su mayoría personajes marginales, a primera vista monstruosos o marcados por algún tipo de discapacidad física —él mismo había perdido su dentadura y la movilidad en una de sus piernas tras sufrir un accidente automovilístico en 1915, que también se cobró la vida de uno de sus acompañantes. Desde estos seres complejos, en ocasiones acomplejados y siempre ambiguos, se accede al constante enfrentamiento de opuestos que se produce en interioridades en conflicto, espacios humanos construidos sobre lo racional y lo irracional con abstractos de
 belleza y fealdad, de luz y oscuridad, de crueldad y bondad, que se contraponen al mundo exterior donde se ocultan las imperfecciones humanas bajo máscaras aceptadas e incluso admiradas. Esta constante lucha de emociones y sentimientos antagónicos se encuentra en Drácula (1931), en La parada de los monstruos (Freaks, 1932) o en Muñecos infernales (The Devil Doll, 1936), pero tuvo su origen durante la etapa muda del cineasta, en sus colaboraciones con Lon Chaney, porque ¿quién mejor que el actor conocido como "el hombre de los mil rostros" para hacer creíble las múltiples caras que dan forma a las películas de Browning? Al igual que en su anterior trabajo en común, El trío fantástico (The Unholy Three, 1925), film que inicia la etapa más fructífera del dúo Browning-Chaney, en Maldad encubierta (The Black Bird, 1925), el camaleónico actor dio vida a un personaje de doble rostro, cuya personalidad se desdobla de modo consciente, aunque su conocimiento de ambas no impide que se genere el choque entre la generosidad asumida por una de sus mitades y el egoísmo que predomina en la otra; de tal manera que genera una lucha no reconocida entre la imagen altruista y comprensiva del obispo tullido, querido y respetado por la comunidad a la que ayuda, respetabilidad que le permite proteger su versión delictiva, y aquella representada en su supuesto hermano gemelo, conocido en los bajos fondos de Limehouse como el "pájaro negro".


Este maleante se dedica al robo, pero no es su ocupación la que interesa a Browing, lo que le interesa son sus sentimientos (amor, deseo, rechazo o impotencia) que marcan el comportamiento de su doble protagonista. Enamorado de Fifi (
Renée Adorée), la joven actriz de variedades a quien desea y a quien pretende conseguir en pugna con Bertie (Owen Moore), un ratero más elegante y sofisticado, el "pájaro negro" es uno más de los muchos moradores de los antros y de los sórdidos ambientes donde se desarrolla una historia de apariencias y de obsesiones, como las nacidas del amor no correspondido de la joven hacia el criminal. El rechazo de la actriz es la escusa perfecta para dar rienda suelta a la ambigüedad moral del personaje encarnado por Chaney, quien, ante la imposibilidad de que sus encantos la conquisten, aprovecha la oportunidad que se le presenta para romper la unión de Bertie y Fifi, cuando estos acuden confiados ante el obispo para informarle de su intención de contraer matrimonio. En ese instante, consciente de su posición ventajosa, el pastor mueve pieza y comenta que ha llegado a sus oídos el rumor de que Bertie es un ladrón de guante blanco, algo que la muchacha desconocía, y, superada la sorpresa inicial, acepta las explicaciones de quien le promete abandonar su carrera delictiva. El primer intento del obispo-delincuente para conseguir a la mujer que desea resulta estéril, así que decide incriminar a su rival en el asesinato de un policía sin que por ello se resientan las buenas acciones sobre las que se sostiene su tapadera. La lucha entre las dos caras siempre se encuentra presente en Maldad en cubierta, y se agudiza en extremo cuando cobija bajo su techo a Bertie, ya convertido en fugitivo como consecuencia de la falsa acusación que también convierte a Fifi en encubridora. Ambos buscan la ayuda del predicador en quien confían, sin sospechar que es el responsable de sus males y de ejercer su influencia para sembrar la duda y la cizaña que no tardan en transformarse en la desconfianza y la ruptura de la pareja. En ese instante la mentira es más fuerte que el amor y el pájaro negro acaricia su triunfo, de tal manera que continúa con su farsa hasta que una caída provoca que su discapacidad, fingida hasta entonces, sea su realidad y el final de sus dos rostros.

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