viernes, 19 de agosto de 2016

El manantial (1949)



Cuando King Vidor escribió en su autobiografía <<la expresión individual es la fuerza del drama, del arte y de las películas>>, lo hizo para exteriorizar parte de su pensamiento creativo, pero esta afirmación también sirve para definir la idea que rige el comportamiento del protagonista de El manantial (The Fountainhead, 1949), en quien prevalece la individualidad como base fundamental para su desarrollo artístico y personal dentro del colectivo que lo rechaza por presentar un pensamiento que no encaja en la comprensión de quienes lo rodean y juzgan. Algo similar pensaría Ayn Rand, autora de la novela en la que se basa el guión que ella misma escribió para tener controlada la adaptación cinematográfica de su obra. Así, pues, tanto el cineasta como la escritora defendieron en la película la individualidad del personaje interpretado por Gary Cooper, un arquitecto que nada tiene que demostrar porque su arte, sus ideas y sus decisiones surgen de dentro hacia afuera sin dejarse condicionar por prejuicios o rechazos externos. Desde el instante inicial se comprende que Howard Roark (Gary Cooper) es un idealista y, como tal, no vende sus esperanzas ni sus sueños, ya que de hacerlo, estaría vendiendo algo más que materia tangible, estaría poniendo precio a la esencia que lo diferencia y que proyecta en cada uno de sus diseños, en su mayoría repudiados por presentar novedades respecto a lo establecido por los críticos arquitectónicos y por los constructores que se niegan a contratarlo.


Queda claro que Roark no necesita más reconocimiento que el suyo, como consecuencia, prefiere ser rechazado por su entorno que ir en contra de sí mismo. Su postura vital implica que no contemple la posibilidad de realizar proyectos que adulteren su integridad, pero también conlleva su aislamiento y su decisión de trabajar de peón a venderse al mejor postor. Durante este intervalo laboral, que sirve para recalcar su personalidad, el protagonista conoce a Dominique (Patricia Neal), una mujer que también prioriza la individualidad como motor existencial, aunque teme que esta les pase factura, lo que depara su alejamiento de un hombre que en ningún momento duda de su elección ni de sí mismo, ya que nada ni nadie puede sustituir sus máximas <<mi trabajo hecho a mi manera>> y <<mis ideas, son mías>>, axiomas que resultan chocantes en un mundo dominado por la ausencia de perspectivas más amplias y enriquecedoras y por la imposición de modas e intereses que van en detrimento del Arte, minoritario en su gestación, ya que surge de la creatividad del individuo y no del gusto del colectivo que lo espera y valora. Es ese arte, el nacido de la sinceridad del artista, el que prevalece, como demuestra el triunfo de Roark y el fracaso de Peter Keating (Ken Smith), durante años arquitecto famoso, pero cuyas obras impersonales, copias de tantas ya edificadas, se resienten con el paso del tiempo y lo obligan a acudir a su rival en busca de un diseño que le permita continuar gozando del reconocimiento que anhela por encima de cualquier otra circunstancia. Estos dos personajes nada tienen en común más allá de su profesión, y quizá su antagonismo se fuerce más de lo deseado, al enfrentar la necesidad de éxito de Keating con la perspectiva creativa de Roark, la cual se radicaliza cuando descubre que sus creaciones han sido alteradas por los intereses de quienes se ven incapacitados para aceptar cuestiones que escapan a su comprensión y a su control. Esta incapacidad encuentra una de sus imágenes fílmicas en el periódico dirigido por Gail Wynand (Raymond Massey), que condiciona a la opinión pública a su antojo, simplemente para demostrar que tiene el poder de hacerlo, un poder que impone criterios a sus lectores e impide decisiones y opiniones propias. De ese modo gente como Howard Roark son vistos como rarezas a las que señalar por el mero hecho de ser ellos mismos dentro de un mundo homogéneo, con sus sueños, errores e ilusiones, pero también con los valores que impulsan al personaje central a proyectar edificios sin imposiciones externas que provocarían la pérdida de su arte y de aquello que a él lo distingue dentro de la sociedad que lo juzga.

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