lunes, 6 de junio de 2016

Cuatro hijos (1928)


La pérdida de dos tercios de las producciones mudas de John Ford genera un vacío en su etapa silente que impide acceder con mayor amplitud a su evolución como cineasta y, en ocasiones, que aquellas que sobrevivieron queden relegadas a un segundo plano dentro de su excelente filmografía. Aún así, no se puede obviar este periodo, fundamental en el desarrollo tanto de las temáticas sobre las cuales gira su obra como de la inigualable narrativa que iría perfeccionando hasta alcanzar la maestría con la que dio forma a sus grandes títulos sonoros. A lo largo de su aprendizaje y su afianzamiento creativo, en las películas que se conservan, las influencias de cineastas cercanos, su hermano FrancisDavid Wark Griffith, se irían combinando con las posteriormente asumidas del expresionismo, sobre todo de Murnau y de sus películas El último (Der Letzte Mann, 1924) y Amanecer (Sunrise, 1927), obras clave que lo animaron a estudiar la iluminación y los movimientos de cámara empleados por el realizador alemán. Estas y otras influencias, algunas recibidas durante sus colaboraciones con el actor Harry Carey, su mirada humanista, su sentido del humor, la reiteración temática (en la que predominan tradición y familia) y su innata comprensión del lenguaje cinematográfico fueron fraguando el estilo único que ya se intuye en sus dos primeros grandes éxitos. Aunque El caballo de hierro (The Iron Horse, 1924) y Tres hombres malos (Three Bad Men, 1926) presentan algunos de los rasgos definitorios de su cine, y lo auparon a una posición privilegiada dentro de la productora de William Fox, no poseen la madurez ni el dinamismo narrativo de Cuatro hijos (Four Sons, 1928). Este drama con trasfondo bélico, que puede considerarse la primera de sus muchas obras maestras, se abre con las imágenes de un idílico pueblo bávaro donde sus gentes viven en la armonía que también se descubre en su cartero, quien, luciendo su uniforme, recorre las calles con la alegría que le confiere saber que su trabajo consiste en repartir buenas noticias. En ese espacio de alegría compartida, esta se personaliza en los miembros de la familia Bernle, un núcleo familiar cuyo equilibrio y nexo de unión residen en la figura materna, similar a las expuestas años después en títulos como Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) o ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, 1941), sin embargo, la señora Bernle (Margaret Mann) asume mayor protagonismo que Ma'Joad y la señora Morgan. La cámara centra su atención en ella mientras dobla las ropas de sus cuatro retoños y las guarda en los cajones en los que se leen sus nombres: Franz, Joseph, Johann y Andreas. Cada cajón fue empleado por Ford para insertar planos individuales de los hijos en su cotidianidad, todavía alejada de la desintegración familiar y de las adversidades a las que la madre se enfrenta durante y después de la Gran Guerra. Pero antes de que estalle el conflicto, la felicidad y la armonía familiar ya se ven amenazadas como consecuencia de la marcha de Joseph (James Hall) a los Estados Unidos, como si su migración anunciase el principio del fin que se confirma con la llegada del militarismo caricaturizado en el mayor Von Stomm (Earle Foxe). Esta aparición precede a la contienda, al envió al frente de dos de los hermanos Bernle y a la ruptura definitiva de familia, que es anunciada por la sombra de aquel cartero que ha dejado de sonreír, porque ahora es consciente de ser el portador de la carta que informa de las muertes de Franz (Francis X.Bushman, Jr.) y Johann (Charles Morton) en el campo de batalla. A diferencia de otras grandes películas antibelicistas de su época, como El gran desfile (The Big Parade; King Vidor, 1925) o El precio de la gloria (What Price Glory; Raoul Walsh, 1926), en Cuatro hijos el conflicto armado permanece en la distancia, aunque siempre presente en los hechos que se desarrollan tanto en el pueblo bávaro como en la ciudad americana donde el hijo emigrante inicia su nueva existencia. Para Ford la guerra es el detonante de la desintegración familiar, aunque solo la muestra en la espectral escena en la que Andreas (George Meeker) muere en brazos de Joseph, como si con ello se cerrase una época de felicidad que ya no volverá. Ese pasado se representa en la madre, que sufre con entereza la muerte de dos de sus hijos, el reclutamiento forzoso del pequeño (y su posterior fallecimiento) y la lejanía de aquel que se ha integrado plenamente en la sociedad estadounidense. Casado y con un hijo, Joseph regresa al viejo continente como un soldado más entre los miles que deambulan por un campo de batalla apenas visible, donde las sombras y los lamentos de los heridos sustituyen a la luz que dejó atrás. Allí, mientras avanza envuelto por la densa capa de niebla, encuentra el cuerpo moribundo de su hermano pequeño, que fallece en sus brazos, momento que pone fin a la contienda y a aquel pasado que la madre evoca ante la mesa vacía que solo volverá a llenarse en su imaginación. Concluida la Gran Guerra, el único superviviente de los hijos regresa a América mientras que en el pueblo la sombra del emisario entrega una nueva carta de defunción a una anciana que asume su dolor desde la silenciosa resignación que Ford ensalzó a lo largo de este melodrama, que confirmaba que su cine había alcanzado la madurez y la universalidad de los más grandes. El lenguaje visual de Cuatro hijos, influenciado por el de Murnau en el uso de la luz, en la presencia del cartero o en los movimientos de los personajes dentro del espacio, capta y trasmite las emociones que fluyen de un presente que rompe la unidad, pero que permite el renacer de la misma, aunque de forma distinta, cuando la madre recibe otra carta de manos de aquel que ha recuperado la alegría. En este instante la felicidad vuelve a dominar en el pueblo, el rostro de la madre se ilumina y la narración de Ford muestra el optimismo de un futuro que se enturbia cuando la mujer llega a Estados Unidos y se enfrenta a la burocracia que le separa de la ansiada reconstrucción familiar, en la que se abrazan la tradición de la que ella es imagen y la modernidad representada en su nieto.

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