miércoles, 27 de abril de 2016

Una hora contigo (1932)

Inmerso en el montaje del drama bélico Remordimiento (Broken Lullaby, 1932), Ernest Lubitsch delegó las funciones de director de Una hora contigo (One Hour with You) en George Cukor, por aquel entonces recién llegado a Hollywood y sin apenas experiencia en el medio cinematográfico. Bajo la supervisión del prestigioso realizador centroeuropeo, el futuro responsable de Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story; 1940) inició el rodaje de la versión sonora de Los peligros de Flirt (The Marriage Circle, 1924), aunque, poco tiempo después, Lubitsch asumió mayor presencia en el plató, hasta meterse de lleno en las labores que Cukor venía desempeñando. Como consecuencia, la autoría de la película creó controversia dentro de la Paramount, sobre todo cuando, molesto con la desaparición de su nombre de los títulos de crédito, George Cukor decidió demandar al estudio. Fuera como fuere, a lo largo del metraje la presencia de ambos se deja notar en la temática y en los personajes, que anteceden a los miembros de la alta sociedad estadounidense que Cukor retrató en algunas de sus incursiones en el género y que modernizan a aquellos aristócratas europeos protagonistas de las operetas musicales de Lubitsch. Pero la presencia de este último ya se hace patente desde la secuencia inicial, cuando se muestra a un grupo de vigilantes que reciben la orden de detener a cuantos no acaten las normas de decoro en los parques públicos de la ciudad. De esta manera el espectador se introduce en la trama, aunque sin conocer al matrimonio protagonista, a quien descubre poco después, al tiempo que lo hace el vigilante nocturno que los amonesta en la oscuridad del parque. Allí, en la clandestinidad, Colette (Jeanette MacDonald) y el doctor Andre Bertier (Maurice Chevalier) dan rienda suelta a su pasión, como si la ilegalidad nocturna les permitiera sentir que su relación matrimonial continúa igual que el primer día. Puede que sea cierto, si nos atenemos a las palabras que el doctor dirige al público, las cuales se reafirman en su insistencia a la hora de apagar la luz de la habitación, para dejar que de nuevo la oscuridad oculte y potencie sus deseos. Pero las afirmaciones de este hombre podrían ser exageradas o, al menos, no tan absolutas como asegura antes de que Mitzi (Genevieve Tobin) irrumpa en sus vidas, porque esta presencia femenina parece contradecir lo dicho por el don Juan, que ve como su fidelidad se pone a prueba ante la tentación que para él significa la mejor amiga de su mujer. En un primer momento se mantiene distante, consciente de que podría sucumbir al acoso de quien se finge enferma para seducirlo a solas, pero, con este argumento, Una hora contigo no podía ser más que una elegante frivolidad como las filmadas hasta entonces por Lubitsch, aunque más moderna en su insinuación de las infidelidades que se confirman dentro de un espacio, menos irreal que el de aquellas, donde el personaje interpretado por Maurice Chevalier se erige en el guía y en la voz del realizador. Vista hoy, la modernidad que marcó el camino para posteriores comedias sofisticadas ha desaparecido, pero esto no afecta a su impecable factura ni a su narrativa ágil ni a la impagable presencia de los personajes secundarios, que en manos del cineasta berlinés aportan el contrapunto cómico e irónico presente en cualquiera de sus grandes comedias, ya sea Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940) o Ser o no ser (To Be or Not to Be; 1942).

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