jueves, 24 de diciembre de 2015

Mujeres en Venecia (1967)

<<Hago películas por diferentes razones y pienso que dejo en ellas mi marca. En mujeres en Venecia, y lo lamento, tiré el guión bueno. Había dos guiones en uno: una parte imaginaria y una visión moderna de Volpone>> (Billy y Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L.Mankiewicz). La primera parte a la que se refiere Mankiewicz en su entrevista con Michel Ciment desapareció en la sala de montaje, quedando de ella solo el final del largometraje, momento durante el cual se escuchan las voces de dos personajes que no salen en la pantalla. Sin embargo, la comedia de Ben Johnson a la que hizo alusión se deja notar desde la secuencia de apertura, cuando el telón se abre con una representación de Volpone que queda inconclusa porque su único espectador, Cecil Fox (Rex Harrison), abandona el recinto para sorpresa de los actores. Este hombre sonriente, consciente de lo que se trae entre manos, es el responsable de poner en marcha el juego que marca el desarrollo de Mujeres en Venecia (The Honey Pot), una más que estimable producción que fue el punto de partida de la excelente trilogía del cinismo o, si se prefiere, del escepticismo, en la que se incluyen El día de los tramposos y La huella. Después de la decepción que significó Cleopatra (1962), Mankiewicz inició su última etapa como realizador concediendo el protagonismo exclusivo a personajes que asumen una cínica visión de la realidad, de modo que, en los largometrajes que componen la trilogía, se acentúa la presencia de individuos que actúan impulsados por intereses y ambiciones, en el supuesto caso de Fox, evidenciar la codicia de tres mujeres que, en otra hora, fueron sus amantes, aunque, como sucede en la mayoría de las películas del responsable de Operación Cicerón, las intenciones de sus protagonistas no se materializan. <<Sabes lo qué sería agradable Estrella Solitaria, que, aunque sea por esta sola vez, la maldita comedia terminara como nosotros la escribimos>>, esta frase, que el cineasta puso en boca de Fox, explica el pensamiento de Mankiewicz sobre cómo se planea el día a día y cómo lo ideado acaba por ser distinto, consecuencia de los múltiples imprevistos que asoman en los distintos caminos que se abren a raíz de las decisiones tomadas. A este respecto, en las páginas de Billy y Joe..., el cineasta comentó que <<cada una de ellas ha fantaseado con lo que iba a ocurrir, pero la realidad es diferente>>. Y así lo descubren cuando llegan a Venecia después de recibir la noticia de la enfermedad terminal que aqueja al millonario, quien les ha pedido que acudan a despedirse antes de que la fatalidad le obligue a abandonar el mundo de los vivos. Cecil es consciente de que ninguna acepta su invitación por los sentimientos que les despierta, sino por los que su fortuna les genera, convencidas de que cada una puede ser la heredera. Por este motivo el excéntrico millonario predice cuáles van a ser sus reacciones y, a partir de su conocimiento, planifica hasta el mínimo detalle de su comedia, salvo la aparición de un personaje con el que no había contado. La presencia de Sarah (Maggie Smith), la enfermera de Estrella Solitaria Sheridan (Susan Hayward), crea cierto desconcierto en el autor de la charada, porque la joven es un ser ajeno, sin aparentes intereses, y por lo tanto difícil de catalogar y de manipular dentro de su teatro de marionetas. En el cine de Joseph L.Mankiewicz los diálogos ingeniosos prevalecen sobre los demás aspectos de la trama y, en Mujeres en Venecia, esto no es diferente, aunque sí lo es la exposición de las apariencias y las mentiras, las cuales, desde su inicio, salen a la luz para cobrar todo su esplendor en un espacio cerrado del que parece imposible salir, como también lo parece en las posteriores El día de los tramposos y La huella, ya que Fox dicta las reglas de una farsa que se le escapa de las manos, a pesar de erigirse en principio y fin del la misma, por lo que ni él ni McFly (Clift Robertson), el antagonista masculino a quien concede el puesto de director escénico, pueden evitar que la puesta en escena sufra cambios imprevistos que permiten la amarga reflexión sobre la ambición, las intenciones y sobre el paso del tiempo, simbolizado este en los relojes de las tres mujeres y en la escena a la que el cineasta hizo alusión durante sus conversaciones con Ciment. <<Me parece que la película carece de sabor, aunque contiene buenas escenas. Una de las mejores que había escrito desde hacia mucho tiempo era aquella entre Rex Harrison y Maggie Smith en la que él le habla del tiempo>>.

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